El valor estratégico de la educación | Carmen Heras
El valor estratégico de la educación
CARMEN HERAS
Soy del grupo de personas que creen que hacer desaparecer -sin más- de la vista pública o privada, personas y hechos de otras etapas, no ayuda a construir una información certera de los acontecimientos históricos que han sucedido. Lo interesante sería ponerlos en su sitio, interpretándolos a la luz de lo que se consideran los principios fundamentales que han de regir la vida de los pueblos y los hacen progresar.
En política sucede que unas generaciones puedan tapar lo que otras hicieron. De hecho, ocurre con bastante frecuencia. Supongo que tiene que ver con la consabida necesidad metafórica de ‘matar al padre’, para así crecer ocupando su espacio.
Perder el rastro de sucesos históricos no supone mejorar las cosas, sino convertir a las nuevas generaciones en analfabetas de su propio pasado"
De forma idéntica a como les pasa a los niños que, siendo muy pequeños, piensan que no existe aquello que no tienen delante, resulta difícil que individuos cualesquiera de una época determinada puedan poner en perspectiva y ‘leer’ los hechos históricos, si cada vez que estos se consideran -o son- deleznables, según el criterio común, en vez de interpretarlos y analizarlos como son dentro de un contexto, se esconden haciendo desaparecer cualquier vestigio de los mismos.
Mientras que la evidencia de los errores o latrocinios que los tiempos han demostrado como tales puede mover a una sociedad a intentar hacerlo mejor, la desparición de cualquier vestigio de aquellos ayuda a conformar gente átona y desideologizada que no ve necesario combatir ni contrarrestar nunca algo que, para ellos, no existió. Es conformar personas sin sentido de pertenencia a un lugar propio en la cadena que los seres humanos construimos a lo largo de los tiempos.
Perder el rastro de unos sucesos históricos, dejándolos solo como objeto de conocimiento de los estudiosos en clases específicas, a priori no supone mejorar las cosas, sino cargarlas de una simplicidad y reduccionismo tales que permiten convertir a las nuevas generaciones en analfabetas de su propio pasado como espece, volverlas carentes de espíritu crítico que, en verdad, es lo que permite construir un pensamiento evolucionado y no repetir errores, crímenes y desafueros. Y hacerlo desde el equilibrio y los derechos fundamentales y con la ayuda de una educación bien construida.
La sanidad y la educación son dos sectores fuertemente estratégicos en cualquier sociedad que se precie. Una de las cuestiones que la pandemia del coronavirus ha demostrado es que la salud es un asunto totalmente global, que exige medidas globales, aunque deba aplicarse localmente en los lugares físicos donde se produzcan los casos. Los problemas en el campo sanitario tienen, además, profundas ramificaciones e influencias en entornos sociales y económicos a los que hay que atender si no se quiere un colapso del sistema en el que vivimos.
Algo parecido sucede con la educación, que tiene un gran componente político global que, de una manera u otro, nos afecta a todos. Lo sabe cada partido que gobierna. De ahí la importancia estratégica que le otorga cuando busca cambiar o modificar las leyes educativas existentes.
Como referencia de todo lo demás, qué duda cabe que los diferentes planteamientos ideológicos inmersos en las teorías educativas, corresponden a las formas distintas que tenemos los seres humanos de entrever la vida y las relaciones, y conllevan diferentes opciones de hacer política. Los marcos de relación -de los individuos entre sí y de los individuos y sus sistemas-, corresponden a una predeterminada visión del mundo y de las cosas que todos, en mayor o menor medida, poseemos. Claro está que no hablo de los autómatas que, simplemente siguen ‘consignas’ de un partido u organización. Me refiero, más bien, a los que optan por la creencia en unos postulados después de reflexionar con cordura sobre ellos.
Carmen Heras