Tributos y mayores | Carmen Heras
Tributos y mayores
CARMEN HERAS
Creo que cualquier partido que quiera ganar las próximas elecciones generales, deberá enfrentar en su programa (entre otros) dos asuntos importantes, aunque solo sea porque matemáticamente afectan a un gran número de personas.
El primero es el que se refiere a las cargas impositivas obligatorias para cualquier ciudadano español. Aminorarlas equivale a recaudar menos, pero no hay duda de que si se pregunta a los integrantes de la amplia clase media de este país, dos de cada tres individuos dirán que unos precios tan altos en energía y alimentos, bien merecen una bajada de impuestos añadidos de modo que se ayude a cada familia a contrarrestarlos. Eso, por no hablar de las cargas del pequeño y mediano empresario, aún no recuperado de los estragos económicos derivados de la pandemia.
No se debiera permitir que la experiencia de los mayores se dilapide en la forma en que hoy se viene haciendo"
Es sabido que cualquier partido de los llamados ‘de izquierda’ no acepta, por principio, una bajada general de impuestos. Por el contrario, defiende que las políticas de reparto de la riqueza han de apoyarse en una correcta percepción de tributos y una eficaz persecución de los fraudes fiscales.
Su ideario lo justifica desde el concepto de la solidaridad, entendida ésta como la búsqueda de un equilibrio entre las oportunidades de quienes poseen disponibilidad económica y las de aquellos cuyas rentas no cubren sus necesidades fundamentales.
En este momento, nuestro estado de bienestar recoge cuestiones varias, consideradas también como derechos, añadidas a los clásicas de educación, sanidad y cuidado de mayores.
Modular lo que cada cuál tiene por nacimiento, para que los de menor renta no se encuentren en situaciones extremas que los lleve a situaciones vergonzantes o delictivas, ha sido el objetivo de quienes creen que una sociedad, por ética o para no sufrir desórdenes sociales, debe buscar un cierto ‘ten con ten’ entre sus diferentes estratos si se quiere que funcione con una cierta equidad, sin esclavismos o subyugación, repudiables en cualquier democracia. Y aunque es obvio que hoy en dia los ricos son cada vez más ricos, también es cierto que incluso las clases más bajas, socialmente hablando, viven mejor que hace cuarenta o cincuenta años y el obrero no se ve como tal.
El segundo asunto tiene como protagonistas a los mayores de sesenta y cinco años y su sitio actualizado en nuestra época, en la que, afortunadamente, la longevidad es mayor que hace treinta o cuarenta años, y ya no son meras personas ubicables en centros sociales esperando a fallecer. Constituyen un amplio espectro social, que espera seguir teniendo una vida activa con intereses y deseos muy marcados. Tienen disponibilidad económica y muchos una estupenda formación. ¡Ojo, no se asusten! no desean regresar al mercado de trabajo.
La política debe volver los ojos hasta este grupo, no solo por su extensión y capacidad adquisitiva, como ya he dicho, sino también porque no se debiera permitir que la experiencia, acumulada durante años por sus integrantes, se dilapide en la forma en que hoy se viene haciendo.
Hay que frenar el contrasentido que significa que una persona pase de un día para otro, de ser un individuo activo, con el que todo el mundo cuenta, a convertirse en ocioso y olvidado. Para ello se debe cambiar la perspectiva de las políticas sociales; hay algunos proyectos interesantes. Hoy, la socialización programada por los poderes públicos, para los hombres y mujeres mayores de sesenta y cinco años, pasa por apuntarse, con mayor o menor tino, a las actividades ofrecidas específicamente en centros de la tercera edad o realizar viajes con el Inserso.
Carmen Heras