Covid-19: Tiempo de cambios | Alberto Astorga
Covid-19: Tiempo de cambios
ALBERTO ASTORGA
El coronavirus Covid-19 ha llegado para quedarse. No sabemos ni por cuanto tiempo, ni cómo. Desconocemos si podremos convivir como lo hacemos con otros virus a los que controlamos con masivas vacunaciones o si, simplemente, desaparecerá y nos dejará un amargo y dramático recuerdo. Lo único cierto es que está aquí.
Llevamos confinados desde el pasado 14 de marzo, fecha en que el BOE publicó el Real Decreto que establecía la entrada en vigor del “Estado de Alarma”. Poco después, el propio presidente de Gobierno comunicó a los presidentes autonómicos, la voluntad de aumentar su duración en otros quince días más. El asunto es grave.
La excepcionalidad se llama Covid-19. Un virus que ha recorrido y se ha instalado en todo el mundo. Cuando se iniciaron los contagios en China, desde Europa se veía lejano. Algo que no ocurriría en nuestros sistemas sanitarios y que, de ocurrir, no afectaría más que una gripe. Su propagación dio un salto cualitativo cuando apareció en la Lombardía italiana y se extendió de forma imparable por el resto de Europa ante la incredulidad de todos.
Los despreocupados europeos iban y venían por el continente. Su superioridad lo permitía. Bien como hinchas a los partidos de la Champion, bien en las manifestaciones del Día de la Mujer, bien en congresos, reuniones o conciertos multitudinarios, animados y jaleados por opinadores, medios de comunicación y, lo que es más grave, responsables políticos que sabían y tenían datos de la amenaza.
Los investigadores españoles empezaron a trabajar de forma intensa desde que se conoció esta enfermedad, en el mes de enero"
Pedro Duque, Ministro de Ciencia e Innovación
Los felices 8M se truncaron. El virus se adelantó a una sociedad confiada y a unos dirigentes embelesados en soflamas populistas. Su silenciosa llegada estuvo acompañada de contagios, multitud de fallecidos, hospitales colapsados, economías paralizadas, empleos perdidos, enseñanza suspendida, crispación social, hábitos truncados, gobiernos cuestionados, fronteras cerradas, transporte limitados y un serio deterioro de la convivencia.
Su propagación obliga a un confinamiento para evitar contagios y frenar su expansión y efectos. Acatar el aislamiento, unido a una mayoritaria conciencia ciudadana, permite una reclusión no exenta de sacrificio, pero orientada a vencer la epidemia y, sobre todo, a evitar contagiar o ser contagiados.
Es una pandemia internacional, calificada así por la Organización Mundial de la Salud, OMS, que, hasta hace muy poco, la mantenía como una emergencia sanitaria.
La “suspensión de la convivencia” significa una alteración de la normalidad y de los hábitos de la humanidad. Corren malos tiempos para el mundo, sorprendido por la virulencia de los acontecimientos. Día a día, como parte de guerra, se hace recuento de infectados y, lamentablemente, del dramático incremento de fallecimientos.
Sentimos miedo. Mucho miedo. Sentimos miedo de contraerlo; miedo a propagarlo e infectar a quienes nos rodean; miedo por nuestros mayores, por su fragilidad ante la infección; miedo a no disponer de medios para todos; miedo de perder la dignidad ante la enfermedad y la muerte; miedo por un mañana desconocido; miedo a la inseguridad.
El 30 de enero, la OMS advirtió a España. Lo hizo tras una reunión de su Comité de Emergencia. Los expertos realizaron recomendaciones para prevenir y paliar la magnitud de la epidemia.
España no las oyó. Tal es así, que ese día, un experto en Salud Pública de la Organización Médica Colegial como es Juan Martínez Hernández, advirtió a Fernando Simón, Director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias del Ministerio de Sanidad, de que se estaba minusvalorando el peligro del Covid-19. Al día siguiente, aparece en La Gomera el primer caso de infectado en España.
El ministro de Ciencia e Innovación, Pedro Duque, confesó que “los investigadores españoles empezaron a trabajar de forma intensa desde que se conoció esta enfermedad, en el mes de enero”. Según sus palabras, el dos de febrero mantuvo una reunión con los virólogos Luis Enjuanes, del Centro Nacional de Biotecnología, y Adolfo García Sastre, del prestigioso centro médico Monte Sinaí de Nueva York, “para asegurar que tengan más facilidades y todos los medios necesarios para investigar la enfermedad”.
Multitudes, euforia, alegría, gritos, abrazos, besos, saludos, permanecer a escasos centímetros, fueron detonantes de la propagación del peligroso virus"
Si esto es así y se conocía la peligrosidad del virus, ¿cabe preguntarse por qué no se tomaron medidas de prevención, amen de lo que sucedía en otros lugares?
La prensa italiana, La Repubblica y Il Corriere dello Sport, avalada por el inmunólogo Francesco Le Foche, señala como foco de la infección en Lombardía, el partido entre el Atalanta y el Valencia el 19 de febrero.
También se podría decir lo mismo de los partidos entre el At. Madrid y el Liverpool, con gran movimiento de aficionados. En similares circunstancias están las manifestaciones del Día de la Mujer, o la celebración de eventos políticos, como el de VOX.
Multitudes, euforia, alegría, gritos, abrazos, besos, saludos, permanecer a escasos centímetros, detonaron la propagación del peligroso virus. De hecho, eventos previstos, como las Fallas, la Semana Santa o Feria de Abril, han sido pospuestos; Juegos Olímpicos; suspendidos, procesos electorales en Galicia y País Vasco, aplazados.
Si se conocía la peligrosidad del virus desde enero, ¿por qué no se tomaron medidas de prevención, amen también lo visto que sucedía en otros países?"
Hace pocas horas, Amparo Rubiales tuiteaba que, “cuando esto pase, nada será igual ni la política ni el periodismo ni la vida. Como fue distinto todo después de la Segunda Guerra Mundial…”.
Efectivamente, el sentido común nos obliga a entender que algo tiene que cambiar. Que el día después será distinto.
Manuel Hidalgo, en El Mundo, enviaba una poderosa reflexión a la prensa. “La prensa -afirma- no se está privando de transmitir noticias -y opiniones- desasosegantes y angustiosas, cuyo conocimiento no es estrictamente necesario para que nos desenvolvamos correctamente en la crítica situación que atravesamos y, por el contrario, contribuye a incrementar el estado de perturbación y desaliento que no beneficia a la fortaleza de debemos mantener para mejor encarar la crisis. ¿Qué deben conocer los ciudadanos en cada momento y qué información no solo no es rigurosamente necesaria, sino prescindible e, incluso, altamente dañina? ¿Nos estamos haciendo los periodistas esta pregunta? ¿Podemos y debemos hacérnosla?”
Efectivamente, se satura a los ciudadanos y se les abruma del problema, del drama, de la tragedia, de la preocupación. Los medios se han preocupado de que los quioscos sean servicio público y que algunas cabeceras lleven el periódico a domicilio sin coste añadido alguno.
Barren para defender su influencia y su presencia social, muy tocada por Internet. La información es necesaria, sí, pero sin abusar de repeticiones, monográficos, estadísticas, especiales, entrevistas, tertulias y declaraciones “ad hoc”, a los que añadir el tumulto de las redes sociales, los Whasapp y la mensajería donde, amigos y seguidores, abundan en una mayor confusión al ya saturado ciudadano.
En política, Daniel Eskibel, psicólogo político de Latinoamérica, me enviaba un mail donde decía: “corren tiempos duros para una humanidad acorralada por el Coronavirus. Demasiados muertos. Demasiados infectados. Poblaciones con miedo. La vida cotidiana desarticulada. Aislamiento, cuarentena, distancia social… y esa sensación casi distópica que tenemos todos al ver las noticias de cada día. Claro que todos confiamos en que esto pasará. En algún momento la vida se volverá a normalizar y tendremos que luchar contra los efectos de todo esto. Porque ya nada será igual, ni la economía ni la política ni muchos de nuestros hábitos cotidianos. Tenemos mucho por hacer. Para enfrentarnos a lo que nos está cayendo encima y también para prepararnos para el día después.”
La pandemia ha terminado con nuestros hábitos, nuestras relaciones, nuestro qué-hacer diario. Nuestros mayores, nuestro sector más vulnerable, mueren solos en sus residencias, aislados, alejados de sus familias, sin visitas o cuidados familiares y sin posibilidad de unos funerales o ser enterrados en compañía de sus seres queridos.
Pueden elaborarse teorías de “hombres de negro” conspirando contra la humanidad, contra la superpoblación que hace peligrar la estabilidad del planeta. Quizás. Me niego a creer que alguien maneje esos hilos con tanta perfección.
Sorprendería también una reacción de la naturaleza a los abusos a que está sometida por la humanidad y la explotación de los recursos. El virus serviría para dispersar las contaminantes aglomeraciones urbanas, sus vertidos, su deshumanización, y se retornaría al campo, al medio rural, menos caótico, menos estresante y más cercano.
No dudo de que todo esto pasará. Sin duda. Pero cuando suceda, el mundo habrá cambiado. Vencido el virus, mañana, regresaremos a nuestra normalidad, pero el mundo que encontraremos ya no será el mundo que conocíamos.
Tiene que haber una reflexión colectiva, un cambio de hábitos, de actitudes y de valores. Desconozco el alcance y sus consecuencias, pero los habrá.
Alberto Astorga