Rupturas, más o menos, traumáticas | Carmen Heras
Rupturas, más o menos, traumáticas
CARMEN HERAS
Moramos en un tiempo en el que todo el mundo entiende de todo. Intentas iniciar un plan para configurar un grupo con unos objetivos determinados y los más ambiciosos lo primero que ‘se piden’ es un puesto de ‘Coordinador’, o de ‘Secretario’, o incluso de ‘Jefe Máximo’, arguyendo razones de ‘menor edad’ para ocupar tu sitio. El mundo al revés. En él se supone que la ‘gente madura’ no puede seguir un proceso de gestación de un proyecto, aunque la idea haya partido de ella.
Casi por los mismos años en los que la sociedad del bienestar reclamaba al Estado puestos de profesionales del ocio -porque éste forma parte de la vida-, se puso en marcha el ‘discurso de la renovación’ en los partidos. El mismo dictamina, sin lugar a apelación, que «cualquiera, con una experiencia contrastada, debe renunciar dejando su espacio a un inexperto ‘sin mochila’ al ser éste último mucho más dúctil y permeable y, por tanto, bastante más producivo en el espacio político, tan necesitado de ‘imágenes inocentes'».
Muchos dieron en tipificar la prudencia de juicio de la persona experimentada como algo negativo y elevaron la insolencia del bisoño a algo 'políticamente extraordinario'
Y sucedió que, al aplicarse de manera genérica, muchos dieron en tipificar la prudencia de juicio de la persona experimentada como algo negativo y elevaron la insolencia del bisoño a algo ‘políticamente extraordinario’. Fue una manera chapucera de abrir hueco a las generaciones más jóvenes que venían reclamando un sitio con insistencia. Y lo curioso es que los votantes ‘picaron’. Pero fue un desperdicio en tiempos de opulencia y exceso, cuando el ocio se permitió llenar el espacio del trabajo. Cuando la crisis actual ni se preveía.
No fue la siguiente generación la que tomó el relevo, al estar ‘contaminada’ por haber colaborado con sus antecesores, sino la siguiente a la siguiente; así que llegaron por todos los caminos personas sin cordon umbilical con las que ligase directamente con quienes fueron ‘decapitados’. Y, en el medio, se perdió para la cosa pública toda una generación que era el puente natural entre los que se fueron y los que habían de llegar, en un proceso inteligente de renovación lógica.
No hubo conductores a través de los cuales viajase la corriente eléctrica que significa un ideario aplicado al terreno, unos lazos de compañerismo, un mismo lenguaje político. Gente recien llegada fue ascendida, sin formación política suficiente, comenzando su vida, sin preparación y que, en una eslacada meteórica, ocupan puestos de relevancia, no por especificidad, sino por ser jóvenes y estar en el sitio justo en el momento preciso.
No hubo contención en el gesto de aceptar altas responsabilidades. Todos lo hicieron. Los pocos ‘mayores’ que quedaron, para que no les fuera reclamado incluso su propio estatus, se rodearon, emboscados, de muchos jóvenes en edad de aprender, todos ellos encaramados en puestos altos de la pirámide de mando. Y, así, los clanes de allegados se aprestaron a ofrecer una imagen juvenil y moderna muy al gusto de la época, donde las modelos empiezan a llevar ropa adulta con catorce o quince años.
Y ocurrió que el espacio político de representación de España fue llenándose de ‘muchachos y muchachas’ a los que denominaron ‘líderes’, sin serlo. Y todo se cubrió de directores de sucursal. A veces, ni eso.
Carmen Heras