¡Rezad, rezad, malditos! | Alberto Astorga
¡Rezad, rezad, malditos!
ALBERTO ASTORGA
Hace unos días, una edil de esta España, tuvo el desafortunado momento de tuitear, respondiendo a una conversación que le era del todo ajena, unas improcedentes palabras de bastante mal gusto y que no venían ni siquiera a cuento.
Ante la preocupación mostrada por una tuitera de que su abuela fuera ingresada, recibe el ánimo de uno de sus seguidores quien le afirma que rezará por ella. Nuestra edil, sin que nadie le dé vela en la conversación, se anima a terciar con un “eso, rezad, rezad”. El tuit de marras.
Todos tenemos, en algún momento de nuestra vida, un mal momento. No voy a hacer interpretaciones, sino simplemente traerlo a colación. Indudablemente, las palabras, etiquetan por ellas mismas a quien las escribió y también a quienes la jalearon y animaron con likes y retwits.
Las tristes palabras utilizadas me recordarón la película “Danzad, danzad, malditos”, título que se le dio en español a la dirigida por Sídney Pollack, en 1969 e inspirada en la novela de Horace McCoy.
Su sufrimiento físico y emocional es motivo de apuestas y de diversión entre quienes los contemplan durante días y noches con morbo y deleite del decadente espectáculo"
Se desarrolla durante la Gran Depresión estadounidense. En el ambiente de miseria y desesperación de la época, los participantes inscritos en un maratón de baile danzan sin cesar, hasta el límite de su resistencia física, con la esperanza de poder comer y cobijarse cada día esperando ganar un premio final. Solo ganará aquel que aguante más que los demás, después de bailar y bailar “hasta que la naturaleza humana lo permita”.
Su esfuerzo titánico, desesperado y vital, su sufrimiento físico y emocional es motivo de apuestas y de diversión entre quienes los contemplan durante días y noches con morbo y deleite del decadente espectáculo.
Esa miseria moral retrata la deshumanización a la que pueden llegar algunas personas cuando las condiciones y los momentos se lo permiten. Normalmente, en momentos en que la desgracia, el tormento o la enfermedad se hacen presentes. Unos pueden perder la dignidad mientras otros se aprovechan y se burlan «para sentirse algo mejor”, “sentirse superiores”, sin darse cuenta de que todos participamos, ellos también, en el mismo drama.
Otro desafortunado instante, y este de mayor enjundia, desprecio y mal gusto, lo tuvo otro personaje peninsulary también a través de Twitter. Ante la noticia del fallecimiento de un médico de urgencias del Hospital de Navarra por Covid-19, no se le ocurre otra cosa que, por tratarse el fallecido de un militante de VOX, escribir “Otra mierda a la basura”.
El desprecio por los sentimientos ajenos, el deseo de que el adversario sea aniquilado, sea destruido para siempre, es síntoma de que nuestra sociedad está enferma. Y no precisamente de coronavirus, que también. Si lo mejor de cada persona aparece ante las dificultades, lo peor de cada uno asoma ante las desgracias, las dificultades y la tragedia de los demás.
En momentos de desgracia o tormento, unos pueden perder la dignidad mientras otros se aprovechan y se burlan 'para sentirse algo mejor', sin darse cuenta de que todos participamos, ellos también, en el mismo drama"
¿Qué nos está sucediendo cómo país? ¿Cómo somos capaces de reaccionar de forma tan inhumana y tan poco empática ante las emociones de preocupación, pesar o lamento que otros manifiestan, aunque ni siquiera los conozcamos? ¿Qué cables se conectan en nuestra cabeza para que, sin mediar interés alguno, se humille, se mofe y se hagan burlas y chistes de los sentimientos de dolor de los demás? ¿Por qué ese desprecio y ese deseo de aniquilar a los demás por sus ideas?
Ambos protagonistas de los tuits, me recuerdan a los espectadores de aquel baile maldito que Sídney Pollack llevó a la pantalla. Todos participamos de un drama colectivo. Todos bailamos en esa danza diabólica que significa el virus que se ha instalado en nuestro mundo y en nuestra vida. No se está al margen, no se es superior a nada ni a nadie. No estamos, nadie lo está, en ninguna privilegiada situación.
Mientras una gran mayoría anima a mantenerse unidos, a solidarizarnos los unos con los otros, a empujar juntos en ayudar a resolver la gravedad de la situación que nos ha tocado vivir, otros, cuan francotiradores fríos y sin sentimientos, vomitan y lanzan su bilis sobre cualquiera que no comparta sus ideas políticas. Sobre cualquiera que se atreva a cuestionar la gestión de una crisis sanitaria realizada por un gobierno más proclive a la imagen, a las soflamas, a las pancartas y a las caceroladas que a gestionar con acierto y en interés de todos.
Transcurridos quince días desde la declaración del Estado de Alarma, todavía no hay un plan de acción concreto, definido, que salve la situación sanitaria, la situación social y el abismo económico al que estamos abocados.
Se adquieren suministros sanitarios y test de diagnóstico que resultan un bochorno absoluto por su falta de rigor, mientras sanitarios, miembros de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, cuerpos policiales autonómicos, Policías locales y Ejército, carecen de elementos básicos de protección.
Se establecen criterios sobre el alcance de la movilidad ciudadana por acuerdo del Congreso de los Diputados y, en tan solo cuarenta y ocho horas, se cambian unilateralmente y a ritmo de rueda de prensa del presidente del Gobierno.
Las medidas laborales para paliar los efectos del Covid-19 son demenciales. Impedirán la recuperación económica y conducirán a un mayor nivel de desempleo. Peligra el equilibrio económico y la salud de las cuentas pública porque aumentan el déficit y reducen la confianza de los inversores.
Si algo puede salir mal, saldrá mal. Este gobierno se ha convertido en el mayor ejemplo de que la llamada Ley de Murphy, ley debida al ingeniero aeroespacial Edward Murphy, es absolutamente cierta.
Una cosa es chutar y otra muy distinta parar. Desde la oposición se chuta. Se puede decir y proponer absolutamente todo, cualquier cosa por muy disparatada que sea. En el gobierno, se para. Se debe ser consciente de los riesgos porque un error supone un gol.
Todos, desde el gobierno, desde la oposición, desde los hospitales, los coches de patrulla, desde el trabajo voluntario más humilde o desde los balcones, debemos ayudar con nuestro comportamiento a alcanzar el éxito. No vale otra cosa. Dejemos las conductas demoledoras y de desprecio a los demás, que en nada ayudan.
Estamos perdiendo ese concepto tan enriquecedor como es la solidaridad. Somos solidarios, sí, pero con los nuestros, con los que piensan igual. El resto, a la basura.
Todos los ciudadanos, por educación y moral, debiéramos respetar y no despreciar el dolor o los momentos críticos de los demás. Cuanto más alta es la responsabilidad, más todavía.
Valoremos y rechacemos la miseria moral de aquellos que ante nuestra desesperación, angustia y necesidad nos animan con un miserable “¡danzad, danzad, malditos!”
Alberto Astorga