¿Quedan políticos como los de antes? | Carmen Heras
¿Quedan políticos como los de antes?
CARMEN HERAS
A menudo se oye en el mundo de la opinión pública la frase manida de que ‘ya no hay políticos como los de antes’. Si se pregunta a una persona de edad, lo afirmará con contundencia, razonándolo desde la mirada épica sobre unos tiempos pasados en los que tanto hubo que construir en favor de la democracia, y la generosidad hizo muchas veces acto de presencia.
Pero cuando se habla con un político joven de los de ahora, hará puro énfasis en la semejanza de sus actos con los apartados más nobles de los de sus predecesores, justificando los cambios entre la forma antigua de trabajar y relacionarse y la actual, por la prisa de nuestra mediática época y la rapidez de los cambios tecnológicos del presente.
El sustrato teórico de las ideas que conforman una ideología siempre ha de emerger por encima del pragmatismo propio de su ejecutoria"
Y algo curioso: frente a la hecatombe que para los antiguos significaba el fracaso de una fuerza política, los actuales parecen observarlo con naturalidad, o al menos eso dicen, del mismo modo que hacen con las relaciones humanas, hoy tan volátiles.
Cualquiera que pretenda realizar una disertación comparativa entre dos épocas deberá hacerlo de manera puntillosa, abarcando todos los puntos de comparación. Lo mismo sucede en la política. Cada tiempo tiende a explicarse de acuerdo a sus condiciones sociales y económicas, las cuales afectan lógicamente a las decisiones concretas tomadas por los gobernantes.
Ahora bien, en toda práctica política democrática hay unos fundamentos generales, un tronco común que tiene que ver con unos conceptos básicos de la misma antes que con una ideología determinada, sea ésta de derechas o de izquierdas. E incluso, dentro de una opción X, el sustrato teórico de ideas que la conforma siempre ha de emerger por encima del pragmatismo propio de su ejecutoria. Algo que hoy no siempre ocurre.
Puede que el problema de la política, aquí y ahora, sea el confundir las formas y el fondo y hacer que las primeras sustituyan al segundo en un número importante de casos. Creer que la buena confección e interpretación de un relato sustituirá, en la mente del votante, a la necesidad cierta de unas realizaciones concretas. En el pasado algo así no se daba, al no existir generalizadas las redes sociales. Tampoco la sociedad hubiera visto bien el que sus representantes imitasen, a veces, los ‘reality show’, líderes de audiencia en televisión.
Escribe Luís Landero que “cuando el fondo va por un lado y la forma por otra, nos sale la risa agria e infantil propia de nuestra época”. Traducir el fondo como forma y viceversa constituye un gran dislate, solo apto para los previamente convencidos.
Fondo y forma son dos piezas claves en un trabajo político. Caso de haberlo. Y ambas deben coexistir. El fondo, sin formas adecuadas de presentación, puede resultar difícil de entender, gélido y rígido en su contenido. La forma, sin fondo, es solo un cascarón que no tiene nada debajo, pura inanidad.
Los políticos han conseguido establecer una verdadera clase social con intereses y objetivos propios, donde un parlamentario -por el mero hecho de serlo- tiene mayores afinidades con otro parlamentario -aún siendo éste de una fuerza política distinta- que con las personas que dice representar.
Los partidos de izquierda tienden a criticar a sus oponentes, enfundados en un manto de superioridad moral que solo ellos, a sí mismos, se reconocen, pues al cabo su manera de comportarse en la práctica es bastante análoga a la de sus adversarios.
Por otra parte, estar convencidos -como hacen algunos partidos conservadores- de que solo ellos están preparados para detentar el poder y con esa convicción, dedicarse -cuando no gobiernan- a torpedear sistemáticamente las acciones de gobierno, no deja de ser trabajar dentro de un espejismo con consecuencias destructivas para la convivencia democrática.
Carmen Heras