Por malos derroteros | Carmen Heras
Por malos derroteros
CARMEN HERAS
Con verdadera curiosidad escuchaba yo las declaraciones de un alto cargo del ministerio de Irene Montero. Explicaba su propósito de introducir variantes en la ley para conseguir declarar objeto de baja laboral la regla mensual de las mujeres en aquellos casos de reglas dolorosas y extremas. Me pareció sintomático de un manera de hacer que, ante hipotéticas ‘debilidades’, construye armaduras y modos de tratamientos distintos por quienes dicen haber venido a este mundo a defender la igualdad entre las personas.
Nunca he entendido ese afán de algunas mujeres por querer ser tratadas como diferentes cuando tanto reivindican su entrada en cualquier puesto o trabajo en aquellos aspectos relacionados con la productividad"
La idea se me antoja profundamente exagerada porque, efectivamente, esos dolores menstruales, cuando son fuertes y graves, bien pueden ser diagnosticados por un médico y constituir, a su juicio, motivo de baja laboral, como si de otra enfermedad se tratase, sin necesidad de nuevas cláusulas en ninguna normativa.
Nunca he entendido ese afán de algunas mujeres por, en el fondo, querer ser tratadas como diferentes -cuando tanto reivindican su entrada en cualquier puesto o trabajo- en aquellos aspectos relacionados con la productividad. Siempre a base de resaltar en las normas las características biológicas femeninas que pueden servir de pretexto para no hacerlo, precisamente a quienes más se oponen a la entrada de la mujer en los espacios y trabajos públicos.
Este planteamiento ministerial, discriminatorio como pocos, tiene todo el aspecto de una gratificación o una minusvalía y está sujeto a posibles picarescas dado que el umbral del dolor es distinto de unas personas a otras y puede ser bastante subjetivo. Supongo que a algunas personas les gusta el reglamentismo y no lo pueden ocultar. Dividir la existencia en trocitos minúsculos y legislar para cada uno de ellos, de manera que las personas siempre encuentren un patrón por el que conducirse o por el que ser castigadas.
A mi todo ello me parece sorprendente, un problema de baja autoestima. Yo reivindico una manera generalista de enfocar los asuntos dentro de contextos globales e interrelacionados. Porque de lo que no creo que se trate, si se quiere equiparar realmente a las mujeres con los hombres, es de estar siempre insistiendo en aquellos aspectos mas proclives a ser entendidos como de ‘debilidad’ de cada sexo, dándoles rango de ley a lo que, al ser excepcional, como excepción debiera ser tratado.
En tiempos laboralmente duros como los de ahora, se trataría de fortalecer las estructuras básicas de contratación con criterios que no sirvan a los posibles empleadores como elemento disuasivo. En una época con tantas incertidumbres es absolutamente necesario invertir en la construcción de individuos -hombres, mujeres- fuertes que sepan enfrentar los problemas y resolverlos, en vez de ir buscando siempre un proteccionismo extremo hacia unos con el consiguiente recargo sobre los otros. Justicia equitativa, sí, pero melindres, los mínimos.
Ocurre que protección y proteccionismo no son términos semejantes. Mientras la protección implica la acción de proteger e impedir que alguien reciba algún daño, con la palabra proteccionismo se entiende toda una teoría económica que busca proteger los productos nacionales frente a los extranjeros a fuerza de grabar éstos últimos con aranceles y trabas en su distribución. Pues algo parecido puede ocurrir con el caso que nos ocupa. Buscar un esquema exageradamente proteccionista para una de las partes no hará más que señalar los aspectos menos rentables de su contratación frente a la otra, rebajando así sus posibilidades en el mercado de trabajo que, como todos sabemos, se rige por la competitividad.
Carmen Heras