Política líquida | Emilio Borrega
Política líquida
EMILIO BORREGA
Cuatro elecciones generales en cuatro años, o lo que es lo mismo, cuatro votaciones en lo que debería haber sido una sola legislatura. Cuatro años perdidos, cuatro años sin legislar, sin tomar medidas ni decisiones, sin arreglar problemas, prorrogando presupuestos, gastando dinero en campañas electorales y jornadas de votación. Cuatro años perdidos.
Esto es lo que ha traído la irrupción de nuevos partidos en el escenario político español. La mal llamada “nueva política” no ha aportado nada positivo a nuestro país. Cuando los españoles nos empezamos a “jartar” del bipartidismo abrimos la puerta a nuevos partidos que decían venir a regenerar la vida pública, con ánimo pactista, a dialogar y a no enrocarse como hacían los “viejos partidos”. Pues bien, pasados ya algunos años de esa ilusión, nada nuevo se vislumbra; ninguna acción que convierta a estos “nuevos partidos” en algo distinto a los “viejos partidos”. Porque, lejos de venir a solucionar problemas, los han generado y son mayores que los que había.
“Españoles, os habéis equivocado por no votarme más, y os voy a dar otra oportunidad”, firmaría el mismo Pedro Sánchez, o su asesor de cabecera.
Pasados ya algunos años, nada nuevo se vislumbra; ninguna acción que convierta a estos 'nuevos partidos' en algo distintos a los 'viejos partidos' que conocíamos"
Si en España los grandes partidos no son capaces de dialogar, pactar, ceder y llegar a acuerdos entre ellos, una de dos, o no sirve el multipatidismo, o habrá que cambiar la ley electoral, porque lo que no es razonable, es que la nueva política haya cambiado ese dicho de “estos son mis principios y si no les gustan tengo más”, por “estos son mis resultados electorales y como no me gustan, volvemos a votar”.
Pedro Sánchez presentó una moción de censura para estar y no para gobernar. Recogió votos desde la extrema izquierda, proetarras, nacionalistas, separatistas y, lo que es peor, hasta de la derecha vasca y catalana, con el único objetivo de cambiar el colchón de la Moncloa y dormir a pierna suelta, viajar en Falcon por el mundo y salir a compra el pan en helicóptero.
ero aunque se repita a sí mismo una y otra vez “yo soy el Presidente del Gobierno”, díganme una sola ley que se haya aprobado que sirva para mejorar la vida de los españoles, generar empleo y riqueza o, simplemente, frenar la crisis que venimos sufriendo desde hace años.
Pablo Iglesias, que desde Vallecas hasta Galapagar y a base de discursos vacíos de izquierda rancia y pantalones viejos, ha sido el gran actor durante estos años pero también ha sido incapaz de aportar a la política española nada nuevo que no hayan aportado otros partidos comunistas a la historia de la política.
Sus viejas fórmulas, fracasadas en todos los países donde se han implantado, han puesto en evidencia que su cambio de sistema y la simpatía que pudieron despertar estos “progre-pijos” en sus inicios, se han tornado en dudas e incertidumbres que terminaran como siempre han terminado los partidos de izquierdas, en división, en separación y en luchas internas. Íñigo Errejón y su “Más País” son buena prueba de ello.
Albert Rivera, ese viejo chico de las Nuevas Generaciones del PP, continúa sin aportar una posición clara. Fundador de un partido catalán que desde allí aportara luz a toda España, se presentó como progresista y socialdemócrata en un sus inicios, pero dice ser liberal ahora. Dependiendo del día y las circunstancias puede ser una cosa y la contraria. Como era el llamado a posibilitar el pacto tanto con la izquierda como con la derecha, su posicionamiento en un centro político indefinido e indeterminado es evidente.
Pero, lejos de esos posicionamientos de conveniencia, Albert Rivera y Ciudadanos han entorpecido tanto a los de su izquierda como a los de su derecha, porque, en definitiva, venía a por setas y ahora prefiere relojes.
En otro orden de cosas, en este juego de tronos que es la nueva política, la aparición en escena de Santiago Abascal y de VOX, ha sido la muleta perfecta utilizada por las cloacas de Ferraz para movilizar ese voto de izquierdas que en las pasadas elecciones iba a quedarse en casa. También, aunque no lo reconozca, el gran valedor de la unión de la izquierda en torno a un proyecto común, frenar a la derecha movilizando las vísceras e inculcando ese miedo tan rancio como eficaz en los potenciales votantes de izquierda. Desde que VOX existe, Pedro Sánchez y el PSOE son más fuertes.
Y finalmente en este repaso, le toca el turno a Pablo Casado. Es el heredero de un partido que arrastra un fantasma de corrupción ya superado pero que es agrandado por el constante sonsonete de los medios de comunicación alineados con la izquierda. Aunque sus responsables estén en la cárcel o declarando ante jueces y fiscales, pero todos ellos ya fuera del PP, de cara a la sociedad y a la opinión pública, ese continuo recordatorio mediático ha logrado que la regeneración iniciada por el nuevo equipo de Pablo Casado no haya tenido reflejo en la sociedad ni se haya visualizado en las encuestas.
Coincide además que desde que Pablo Casado es presidente del PP, España esta en campaña electoral continua y en sucesivas elecciones, lo que no permite reorganizar el partido ni da tiempo a hacer crecer y evolucionar el proyecto político de España Suma.
Con todos estos mimbres, la política actual, una política líquida y poco consistente, nos llevará nuevamente a las urnas el próximo 10 de noviembre para que, si nada cambia -y de momento nada ha cambiado-, todo siga igual. Posiblemente después de ese día, después de volver a leer la voluntad de los ciudadanos, tengamos que pensar y hablar de otras nuevas elecciones. Serían las quintas en cinco años y confirmarían que la altura de miras, la defensa del interés general y el sentido de Estado son conceptos y valores que desde esta “nueva política”, se desconocen.
Emilio Borrega.