Pensarlo bien y explicarlo mejor | Carmen Heras
Pensarlo bien y explicarlo mejor
CARMEN HERAS
¿Y a mi que me parece que la política tiene cierto parecido con las matemáticas? Y no porque las dos sean exactas, no. La primera evidentemente no lo es con esos ‘jueguitos bailones’ que se trae, y la pregonada exactitud de la segunda está muy deslucida en estos momentos tan de aproximaciones y matices. A mi, si se me antojan parecidas, es por la manera equívoca con que muchas personas las entienden.
Como saben, se ha acuñado el término de ‘geometría variable’ para definir una situación de bloques políticos cambiante. Esa que da lugar a diversas mayorías, según qué partidos se apoyen mutuamente, atendiendo a un momento y necesiad dados. Nada que ver con las antiguas clasificaciones ‘tan arcaicas’. ¡Donde va a parar!
¿Qué ocurriría si los ciudadanos dejasen de ser solo votantes y fuese obligatoria la evaluación continua del hacer de los políticos?"
Sirva como ejemplo lo visto en el último pleno del Congreso en el que se votaba prorrogar quince días más el estado de alarma en este país. El gobierno, para conseguir apoyos a su propuesta, aceptó acordar con otros grupos asuntos varios, más acordes con los intereses electorales éstos últimos que con el pregonado interés general por la salud. No se preocupen, el público parece aceptarlo bien; al menos no se escandaliza e exceso. Sorprendentemente, toma como ‘mal menor’ lo que sucede. Ve como natural que se sumen peras y manzanas y el resultado se venda como peras. Aproximadamente, claro.
Una de las razones de la incomprensión casi generalizada de la matemática estriba en su concepción formal, alejada del acervo común del pueblo, lejos de él y mitificada. Con mil vocecitas teóricas señalándola como importante; un espacio de gente competente para, luego, restarle valor en el trato diario al -por acción u omisión- despreciarla.
Como aquella vez en la que todo un presidente autonómico no tuvo empacho en declarar que ‘él no sabía nada de matemáticas y precisaba que le hicieran el trabajo económico’, incluso en las operaciones básicas. Oyéndolo, recuerdo que pensé que nunca se hubiera atrevido a reconocer tan expresamente su ignorancia de El Quijote, por ejemplo, aun si la tuviera. Lo cual no deja de ser una prueba inequívoca de su leal opinión sobre la cultura obligatoria en un dirigente.
Tengo para mí, que ocurre lo mismo con el concepto de política en una inmensa mayoría de personas, muy impregnado de sentimientos contrarios de respeto y desdén, pues, mientras con cierta expectación la siguen, al tiempo critican fuertemente sus efectos al considerarlos el único origen de multitud de fracasos sociales.
A menudo me pregunto qué ocurriría si los ciudadanos dejasen de ser solo votantes cada cuatro años de políticos ‘profesionales’. Si fuese obligatoria una cierta ‘evaluación’ democrática y continua de los quehaceres de estos últimos en relación al interés común y al ‘contrato social’ con el que se presentaron a las elecciones.
Seguramente, todo tendría que pensarse muy bien, porque habría que explicarlo mejor. La política, como las matemáticas, necesita de altavoces cualificados que defiendan su importancia, sí, pero sobre todo precisa de personas con códigos ciertos, fundamentados y entendibles, con preparación y habilidad suficientes para acercarlos a los ciudadanos.
Así, estos no estarían tan confusos y sujetos a la manipulación de cualquiera. Creo que, en este comporamiento bifronte de los individuos/votantes hacia la política y sus ‘intérpretes’, están algunas causas de aquello que la vuelve ‘cínicamente equívoca y descarada’.
Carmen Heras