Pactos serios, por favor | Carmen Heras
Pactos serios, por favor
CARMEN HERAS
Lo siento, pero no me gustan esas películas en las que, tratando un argumento de gesta, los personajes utilizan un lenguaje de andar por casa. No me suena bien, no es creíble.
Cuando las tramas son majestuosas, las palabras deben acompañar a las imágenes y hacerlas más auténticas, recreando una atmósfera que las engrandezca aún más. Imaginen a El Cid, por ejemplo, en pleno diálogo con Doña Jimena, en plan ‘tronco’ y ‘tía’. O a los Reyes Católicos con resaca. O, mismamemente, al Rey Arturo en conversación con Lancelot en estilo ‘colegas’. No lo veo, amigos; aun sabiendo que muchas historias están mitificadas y seguramente nunca fueron como la tradición oral nos las ha contado.
Si la política es digna en tanto en cuanto ayuda a mejorar la vida de las personas, los que la hacen debieran no traicionar el papel asignado a cada uno"
En Física, las fuerzas contrarias se contrarrestan. Un cuerpo puede estar en equilibrio por sí solo sirviendo de referencia. Pero si sobre él se aplica un empuje determinado, necesita otro igual en dirección contraria que lo devuelva a su posición original. Es así de sencillo, al tiempo que complicado.
La ciencia que intenta explicar los fenómenos físicos nos dice que las acciones pueden sufrir reacciones, al igual que las causas tienen efectos. Y, por eso, un poder de cualquier tipo ha de tener sus contrapesos en cualquier democracia de verdad. Un gobierno ha de tener una oposición que le puede decir algo si se equivoca, de la misma manera que una empresa con trabajadores ha de saber que hay un sindicato que, si es preciso, los defenderá en sus legítimos derechos.
Estas son las reglas del juego, al menos hasta ahora. Hay autores prestigiosos, como Yuval Hoah Harari, que afirman que los avances en inteligencia artificial harán que muchos trabajadores ya no sean necesarios y eso obligará a nuevas reestructuraciones y conceptos en los años venideros. Pero, mientras tanto, seguimos observando con detenimiento la manera de funcionar en las organizaciones de las que nos hemos dotado para un mejor funcionamiento del sistema.
Y no digo que en todos los casos suceda lo mismo, pero hay patrones que se repiten, en ocasiones incluso usando el ‘latiguillo’ de que son tiempos de pandemia y hay que arrimar el hombro. Y así, vemos multitud de noticias o ruedas de prensa en las que se muestran los pactos -entre administración y sindicatos, por ejemplo- sin que los ciudadanos sepamos hacia dónde van los mismos, qué condiciones los marca, cuáles son los detalles que se negociaron, en qué se cedió y en qué no, o cómo se ha llegado a ellos.
Produce la sensación -también avanzada por el mismo autor antes citado- de que las clases sociales se han desplazado y comienza a existir un ‘sistema de castas’ en función de unos intereses propios relativos a su propio estado de confort y no en función de un trabajo o rol, por ejemplo.
No sera así, pero lo parece. De ahí la desconfianza que se adueña del contribuyente que, además, se siente ciudadano con derechos y obligaciones. Porque lo que ve se asemeja bastante a unos dirigentes, compañeros entre ellos, que parecen entenderse muy bien, y a una masa de trabajadores en la otra parte, que desconocen muchas veces en qué les benefician realmente los acuerdos en su día a día, cuando no se les suben los salarios y no disponen de suficientes recursos para hacer más eficiente su trabajo.
Si la política es digna en tanto en cuanto ayuda a mejorar la vida de las personas, los que la hacen -y, de una forma u otra, la hacemos todos- debieran no traicionar el papel asignado a cada uno en el gran cuadro de la Humanidad. Pactos sí, pero que sean serios, por favor.
Carmen Heras