Olimpismo (I) | Damián Beneyto
Olimpismo (I)
DAMIÁN BENEYTO
Se han terminado los Juegos Olímpicos de Tokio. Era la XXXII edición, aunque hubo tres que no se disputaron por las guerras mundiales y quizás hayan sido, junto con los de Londres en 1948, los más tristes de la historia, especialmente por la falta de público.
El olimpismo moderno data de finales del siglo XIX cuando al Barón Pierre de Coubertin se le ocurrió recuperar los juegos que se celebraban en la Antigua Grecia y que habían dejado de practicarse allá por el 400 d.C.
El movimiento olímpico moderno nace de la mano del Barón Pierre de Coubertin a quien se le ocurrió recuperar aquellos juegos que se celebraban en la Antigua Grecia en honor al dios Zeus"
Las primeras olimpiadas de la era moderna se realizaron en 1896 en Atenas, por aquello de ser su lugar de origen, a pesar de los intentos del Barón por que fueran en Paris, lugar dónde se celebrarían en 1900, coincidiendo con la Exposición Universal.
Aunque no está muy claro en qué Juegos Olímpicos, Atenas o Paris, se utilizó por primera vez el lema olímpico ‘Citius, Altius, Fortius’ –‘más rápido, más alto, mas fuerte’- sí sabemos que el inventor, aunque no con esa finalidad, fue un dominico francés llamado Henri Didon que lo utilizaba en el colegio de Arcueil como lema para definir los logros deportivos de los alumnos. A Coubertin le debió gustar y ha sido utilizado como lema olímpico hasta nuestros días.
Damián Beneyto Pita es natural de Carcaixent (Valencia), pero extremeño y residente en Plasencia desde 1977. Profesor de Enseñanza Secundaria. Fue Director del Centro de Artes Escénicas y de la Música, CEMART, entre 2007 y 2011. Director también de la Escuela Superior de Arte Dramático de Extremadura entre 2007 y 2010, Diputado en la Asamblea de Extremadura por el Partido Regionalista Extremeño, PREX, entre 2011 y 2015.
Las olimpiadas modernas nacieron, pues, con la intención de rememorar los juegos que en honor de Zeus realizaban las polis griegas en la ciudad de Olimpia; sin embargo, no tenían un carácter religioso, ni han conseguido, en su más de un siglo de historia, parar ninguna guerra, cosa que sí ocurría en la antigüedad, pues toda acción bélica se detenía para que se celebraran los juegos.
Desde 1896 hasta la actualidad, los juegos olímpicos se han ido adaptando a los avances económicos y tecnológicos, así como a la situación política de cada momento y a pesar de momentos muy complicados -como las dos guerras mundiales, la guerra fría y otros avatares- han sobrevivido.
El movimiento olímpico estuvo al principio libre de presiones políticas y económicas. Los deportistas debían ser amateurs puros y ni siquiera se podían sufragar por parte de estados o empresas sus gastos de manutención y desplazamiento. Así, por ejemplo, al extraordinario fondista finlandés Paavo Nurmi se le impidió participar en la Olimpiada de los Ángeles de 1932 porque una empresa de su país le pagó el viaje a la ciudad norteamericana.
Podemos decir que los primeros grandes juegos fueron los de 1936 y se desarrollaron en Berlín –iban a realizarse en 1916 pero la primera guerra mundial lo impidió-. Organizados por la Alemania nacionalsocialista, fueron los primeros televisados, eso sí, a nivel local, y los que contaron con la mejor organización e instalaciones no superadas en muchas décadas. El gran triunfador de aquellos juegos fue el atleta negro norteamericano Jesse Owens que consiguió cuatro medallas de oro en atletismo. La Alemania nazi ya apuntaba maneras y el antisemitismo y el racismo oscurecieron unos magníficos juegos. España no participó debido a la guerra civil que nos asolaba.
El gran triunfador de los Juegos Olímpicos de 1936 en Alemania fue el atleta negro norteamericano Jesse Owens que consiguió cuatro medallas de oro en atletismo"
Los juegos siempre han sido un reflejo de la sociedad del momento y así, la política, el racismo, el terrorismo y la violencia, el sexismo, el dopaje y últimamente una pandemia, han influido en ellos de una u otra manera.
La política ha estado presente en prácticamente todas las ediciones. Algunos países han utilizado estos eventos para hacer propaganda de las bondades de sus respectivos regímenes, especialmente los comunistas –con la URSS a la cabeza-, algo que también hizo Hitler en las Olimpiadas de 1936. Entre 1920 y 1930 la Unión Soviética y sus países satélites montaron lo que llamaron ‘Olimpiadas obreras’, en contraposición a las ‘Olimpiadas burguesas’; pero en 1955, viendo la rentabilidad propagandista de los juegos, se ‘aburguesaron’ y volvieron al redil.
Los boicots de algunos países, es decir la no participación por razones políticas, se han repetido en bastantes ocasiones. Desde 1896 solo cinco países han participado en todas las olimpiadas: Grecia, Australia, Francia, Reino Unido y Suiza; el resto, por unas razones u otras, han ejercido el boicot en alguna ocasión. El primer país que hizo ‘mutis por el foro’ fue la República de Irlanda en la Olimpiada de 1936, por empeñarse el COI en que desfilara junto a Irlanda del Norte y con una única bandera. Después hubo otros desencuentros como en Melbourne en 1956 por la invasión soviética a Hungría y posteriormente en Montreal en 1976 por el apartheid.
Pero los boicots más importantes fueron como consecuencia de la ‘Guerra Fría’ en Moscú 1980, a la que no acudieron los países de la OTAN y simpatizantes y, en Los Ángeles 1984, donde los que no acudieron fueron los del Pacto de Varsovia y amiguetes.
El ranquin de medallas por países sigue siendo aún, para algunos países, algo más que un mero resultado deportivo.
El racismo también ha estado presente desafortunadamente en los juegos; fue en las Olimpiadas de San Luis de 1904 dónde por primera vez participaron atletas negros y de otras razas. Paralelamente se realizaron los llamados ‘días antropológicos’ que fueron una parodia para demostrar la superioridad de la raza blanca. En Alemania en 1936, Hitler prohibió la presencia de judíos en el equipo alemán por muy alto nivel que tuvieran. En Estocolmo en 1912 se dejó encerrados en sus dependencias a atletas negros para que no pudieran participar. En Méjico en 1968 algunos atletas negros americanos se enfundaron un guante negro y, como señal de protesta, levantaban el puño en el pódium, lo que les originó grandes problemas personales. En Roma en 1960 se apartó a Sudáfrica por el apartheid. Podemos decir que hoy en día, aunque haya algún hecho aislado, el racismo ha desaparecido de los juegos.
El dopaje ha sido y sigue siendo un cáncer en el deporte de alta competición y las olimpiadas no iban a ser una excepción. Ya en las Olimpiadas de San Luis en 1904 algún atleta utilizó la estricnina para mejorar su rendimiento. También en 1908 en Londres un atleta italiano fue descalificado por usar estricnina, detectándose porque corría haciendo ‘eses’ al haberse pasado con la dosis. En 1960 moría en los Juegos de Roma un ciclista danés por tomar anfetaminas. Y no fue hasta los Juegos Olímpicos de Méjico cuando empezaron a funcionar los controles antidoping.
A pesar de los esfuerzos por detectar el dopaje, la industria del doping ha ido siempre por delante de los organismos encargados de detectarlo. Durante décadas, especialmente los deportistas de los países socialistas, han utilizado todo tipo de sustancias para mejorar su rendimiento, desde la famosa ‘EPO’, pasando por anabolizantes, anfetaminas, cocaína, somníferos, analgésicos, opiáceos, hormonas y otros potingues que ni siquiera figuran en la lista de sustancia prohibidas por el COI.
Como muestra, Rusia ha sido sancionada a no acudir como país a los Juegos de Tokio, porque su gobierno había decidido que sus deportistas fueran dopados a los anteriores Juegos de Rio de Janeiro de 2016, cosa que también habían hecho en la Universiada de 2013 y en el Mundial de Atletismo del mismo año.
Estoy convencido que decenas de records mundiales se han conseguido bajo los efectos del doping, aunque no se hayan detectado. El espectáculo tiene un precio y el ser humano tiene unos límites fisiológicos. Hay mucha hipocresía en esto del doping tanto por parte de los organismos deportivos, como por parte de los medios de comunicación. Es muy difícil ganar el Tour de Francia, correr una maratón en poco más de dos horas, o mantener una condición física óptima durante meses, por ejemplo, a base de hidratos de carbono. El precio del éxito deportivo es bastante caro tanto en las secuelas que les quedan a todos los deportistas de élite, como en los riesgos que se corre al tomar productos, prohibidos o no, para mejorar el rendimiento.
Continuará….
Damián Beneyto