Me espanta | Alberto Astorga
Me espanta
ALBERTO ASTORGA
Me espanta todo esto que está sucediendo en el mundo, pero mucho más me espanta lo que está sucediendo en la España en que vivimos.
Podría referirme al clima social de crispación en que vivimos desde hace ya algunos años, la falta de horizonte y de proyectos de futuro que reúnan y aúnen a los ciudadanos en una meta colectiva. Hay crispación e incertidumbre, pues quiénes tienen que tomar decisiones, manifiestan una cosa en un momento determinado según las circunstancias; dicen otras distintas o incluso contrarias, cuando los momentos han pasado y, finalmente, hacen lo que les parece, sabiendo que la memoria colectiva es endeble, que los medios de comunicación tienen un precio y que los mensajes pueden ser diseñados para ‘conducir’ la voluntad de las personas -o del rebaño- allá donde se quiera. La mentira, el engaño y la inseguridad en qué sucederá en el futuro esta al cabo de la calle.
Me espanta que, teniendo así la casa, desde fuera se den golpes en la puerta, se fuerce la cerradura y se nos cuelen aquí donde vivimos, por la fuerza y sin permiso, extraños que poco o nada aportan porque poco o nada tienen. Y me espanta que, pese a la irrupción ‘a las bravas’ de esa inmigración ilegal tengamos que acondicionar alguno de nuestros destartalados habitáculos para darles acomodo, demostrándonos que las cosas siempre pueden ir peor. Incluso anunciamos que caben más donde los que ya están administran como pueden su miseria, su paro, su falta de alternativas y su enorme, enorme y enorme deuda pública.
Me espanta la burla que desde el gobierno se hace al poder judicial. Dos poderes esenciales que deben respetarse. No ya es se haya nombrado a una Fiscal General del Estado que meses antes había sido ministro socialista –que ya es un escándalo ético-; ni siquiera es que se intente un asalto al Consejo General del Poder Judicial para someterlo como a la fiscalía citada –“¿de quién depende?, pues eso”– y poner a fieles seguidores de la doctrina oficial y del pensamiento único, sino que, más aun, me espanta, y mucho, que se aprueben indultos donde no cabe indultar. No es la falta de arrepentimiento de los condenados, que daría casi igual, sino el anuncio descarado de que se repetirán las situaciones y, con ellas, las tensiones. Cuando se vulnera la legalidad se abre una peligrosa puerta a nuevas vulneraciones, porque ya no existirá medida de lo justo y de lo injusto, y de ahí a la selva, solo hay un paso.
Aunque el proceso de vacunación sea 'voluntario', me resulta de una voluntariedad bastante imperativa, pues ya se anuncia que para viajar en autobús, avión, ir al cine, montar en metro... hay que tener un 'Pasaporte Covid'. ¡Caramba con la voluntariedad!"
Pero lo que me tiene todavía más preocupado es la cantinela esta del Covid. No logro comprender qué está sucediendo con la pandemia, con los ‘comités de expertos’ que no existen, con aquellos estudiosos que concluyen una cosa y dicen al rato otra; que lo dicho se contradiga con lo analizado por otros expertos distintos y que lo maticen posteriormente, sumergiéndonos en un mar de dudas y temores, con el inestimable apoyo, cobertura y difusión de los medios de comunicación que se hacen eco de todo y que contribuyen a difundir la confusión y la inseguridad.
Les confieso que, pese a mis convicciones y ante este panorama, era reacio a vacunarme. Un proceso de investigación e implementación de una vacuna lleva años de estudio y de experimentación. Años. Sin embargo, aunque según los expertos –a saber quiénes- sabemos poco del virus, han aparecido, no uno, sino varios laboratorios que un plazo brevísimo han sacado distintos tipos de vacunas -en meses- y en las que sus porcentajes de efectividad son más una cuestión de marketing que de ciencia. Que además hayan surgido problemas de tolerancia, según edades o sexo. Que un día una dosis sea suficiente, al día siguiente debería ser dos y poco después se esté hablando de hasta de tres dosis. Que nadie explica nada y te chutan la dosis como otrora vacunaban a los quintos en la mili.
Y aunque se diga que el proceso es ‘voluntario’, me resulta de una voluntariedad bastante imperativa, pues ya se está anunciando que para montarse en un autobús, en el tren, en el avión, entrar a otro país, hospedarte y moverte libremente deberás estar vacunado y tener un ‘Pasaporte Covid’. ¡Acabáramos! ¡Caramba con la voluntariedad! ¡O te vacunas o te declaro apestado!
Me he vacunado, sí. Lo he hecho con miedo, impulsado por una responsabilidad ciudadana de grupo, pero con preocupación sobre qué hará eso que me están metiendo en años venideros y cómo afectará a mi salud. Nadie lo sabe, porque no ha habido tiempo para ello. Asumimos riesgos sobre los que luego, si sucediera algo, nadie asumirá responsabilidad alguna, ni los que gobiernan, ni los expertos, ni las agencias internacionales.
Estoy de acuerdo con cualquier proceso de vacunación que se lleve a cabo, como la mejor forma de controlar enfermedades peligrosas, pero no por ello olvido que a toda una generación, a los de mi edad –yo me libré por los pelos-, se nos extirpaban las anginas para evitar ‘problemas futuros’, como si arrancáramos el motor del coche para evitar averías futuras. Hoy, afortunadamente, no se hace tan alegremente, pero antes era el ‘aquí te cojo, aquí te mato’, en beneficio de la salud. O aquel antibiótico maravilloso llamado tetraciclina que posteriormente se descubrió que suministrado a niños y embarazadas se fijaba en los dientes colorándolos, dañándolos y creando un problema futuro en todos los también ‘voluntarios’ pacientes. Por eso, mi espanto continúa.
Alberto Astorga