Los unos y los otros | Carmen Heras
Los unos y los otros
CARMEN HERAS
Ya han tenido tiempo los partidos políticos de cambiar aquellas normas que, originariamente inventadas para protegerse de dictadores e iluminados, han acabado siendo una herramienta en manos de gente poco escrupulosa. No lo han hecho, en parte, por pereza y, en parte también, por seguir creyendo que deben protegerse de ellos mismos, lo cual revela a todas luces su propia desconfianza en la voluntad individual y colectiva de todos y cada uno de sus componentes.
Son conocidos los casos de triste recuerdo en los que algún personaje aprovecha la debilidad subyacente a un mal resultado en las urnas para señalar la puerta de salida al hasta entonces número uno, buscando hacerse así un sitio que de otra forma hubiera sido inimaginable que lo lograra. Cuando ocurre esto, los más dignos creen que el resto de personas avezadas no irán a caer en la trampa de construir un falso líder de hojalata, pero se equivocan. No sólo lo aclaman entusiásticamente -‘¡Oh! ¡Barrabas, Barrabas!’-, sino que, además, se hacen portavoces de un discurso falso que pervierte lo que políticamente significó y había logrado el otrora dirigente, para intentar acabar con su imagen personal y política. Todo vale con tal de asentarse, de dirigir
Se hacen portavoces de un discurso falso que pervierte lo que políticamente significó y había logrado el otrora dirigente, para intentar acabar con su imagen personal y política"
Para acabar de completar el cambalache, hasta existen quienes convienen en negarse a sí mismos y a los demás su propio esfuerzo y dedicación, que ¡ya es el colmo! Todo con tal de no ser confundidos en ese momento de crisis con la víctima propiciatoria.
Embarcados en una falsa tónica ‘reformista’, abjuran de cuanto bueno hicieron hasta la fecha al lado del caído en desgracia, para ofrecerse, cual pecador arrepentido, ante sus nuevos jefes, sin confesarse a sí mismos que, en el fondo, lo que desean, también, es ocupar el trono que queda vacante.
Craso error. De la misma forma que los asesinos de Viriato fueron despachados con cajas destempladas cuando llegaron en busca de recompensa hasta quienes los había contratado, en estos casos, todos cuantos blandieron los cuchillos, son arrinconados y jubilados, sin distinción alguna, una vez que cumplen con el triste papel asignado en la obra por los directores de la trama. Para ellos, solo eran figurantes de relumbrón y villanos.
Al olor de la sangre habrán de llegar otros para sentarse a la mesa. Sin mala conciencia; con explicaciones que irán desde la frivolidad al cinismo descarado. «Se entra o se está en política -afirmarán- para tener el poder» implícito en el cargo, que permitirá modernizar el sistema. Incluso usarán el concepto digno de ‘igualdad’ para, enfáticamente, afirmar que en democracia ‘es derecho de cualquiera el poder representar a sus vecinos’, no importa el mérito y la formación. Todo legítimo y civilizado
Ruedan unos sobre la defenestración de los otros, en una suerte de inmoralidad que se presenta ante el público como algo inherente al funcionamiento interno de las organizaciones"
Se instaura la moda de los ‘sin mochila’ -‘nada por aquí, nada por allá’- y todo se rodea de verdadera miseria. No hay reforma ni rehabilitación ni mejores consecuencias. No existe competencia y eficacia mayor. Ruedan unos sobre la defenestración de los otros, en una ‘suerte de inmoralidad’ que se presenta ante el público como algo inherente al funcionamiento interno de las organizaciones, cuando lo único cierto es que el hombre -y la mujer también- es un lobo para el hombre. Aunque lo de la mujer, merece otro artículo.
Carmen Heras