Lo menos malo | Carmen Heras
Lo menos malo
CARMEN HERAS
Sorprendentemente, quienes más han declarado detestar un sistema por considerarlo rey y señor entre nosotros, solicitan ahora que ese sistema se ocupe de todo o, al menos, de una parte extensa en la erradicción de la pandemia producida por el coronavirus. Aunque nada coherente, resulta explicable y no hay que rasgarse las vestiduras; también los jóvenes, que debaten y exigen sobre su autonomía lejos de los padres, vuelven de vez en cuando y les piden ayuda en la resolución de los entuertos.
Recordemos la época en la que vivimos, de profundo y mayoritario descreimiento de todo y de todos, en cualquiera de las direcciones que se mire. No olvidemos que a los gobiernos también les consolidan las propias debilidades e incompetencias de los contrincantes; tan es así, que cualquier movimiento que produzca miedo entre la ciudadanía los reafirma y justifica.
Nadie quiere riesgos cuando existe el miedo; el miedo al virus; miedo a que se colapse el sistema sanitario -el estado del bienestar ya no es lo que era-; miedo a la debacle económica; miedo a que no haya pensiones para todos, con tanto paro y empelos tan escuálidos.
Irse ahora se valoraría como una debilidad en toda regla para futuras convocatorias electorales, amen de tener que renunciar a apetitosas canonjías"
Así van las cosas y así estamos -como el título de la primera novela de Juan Marsé-, «Encerrados con un solo juguete», pues, a ciencia cierta, nadie puede escapar de su propio papel en este drama.
El gobierno minoritario necesita de todas las fuerzas políticas, pues los acuerdos con cada una de ellas nunca son estables en el tiempo -todas atentas a sus propias encuestas electorales- y pueden servir ‘aquí y ahora’, pero no hacerlo al cabo de dos meses, lo que obliga a no cerrar del todo las puertas con nadie, no vaya a ser que se les precise para un último empujón.
Es la falta de confianza en los pactos alcanzados -pactos pragmáticos a tope- con los distintos partidos lo que induce al gobierno de turno a manejar una metodología tan cortoplacista que roza el cuasi-cinismo y origina una multitud de declaraciones contradictorias. Y todo ello fruto de la propia necesidad de mantenerse -necesidad ‘autocreada’ al aceptar gobernar de esta manera y en estas circunstancias-. Irse ahora se valoraría como una debilidad en toda regla para futuras convocatorias electorales, amen de significar la renuncia a una serie de canonjías de lo más apetitosas.
El pueblo español votó en su momento y lo hizo entre las varias opciones de la oferta. Dejando aparte el importante porcentaje de la abstención, pareciera que su subconsciente colectivo hubiera funcionado para no otorgar mayoría a ninguno de los partidos en liza, de modo y manera que nadie tuviera las manos libres para implantar ‘puro’ su propio programa de máximos. Y, desde luego, despreciando la opción de que los dos más clásicos -el PSOE y el PP- pudiesen hacerse de manera unívoca con el gobierno del país.
Aunque a efectos prácticos dé lo mismo llegar al poder de una forma u otra, siempre que sea democrática, y de que, según los asesores y simpatizantes, lo importante es ser votados, aun cuando sea porque el resto de la oferta no merezca mayor confianza, lo cierto y verdad es que ninguno de nuestros líderes así elegidos -y hay unos cuantos- debiera olvidar que están ahí, no por sus méritos incuestionables, sino por aparecer como ‘lo menos malo’, ‘lo menos peligroso’, ‘lo más moldeable’ o ‘lo más pragmático’ en una comparación entre las alternativas propuestas.
Ellos lo saben. De ahí las mañas, recursos e imprecaciones contra los adversarios, usados en la pelea diaria, escondidos entre las ‘llamadas a la responsabilidad’ o al ‘sentido de estado’. Desde luego, si yo fuera oposición, tomaría buena nota para ser ‘lo mejor’, si quieren, claro está, ser algún día la alternativa.
Carmen Heras