La sonrisa del destino: egos y creencias | Alberto Astorga
La sonrisa del destino: egos y creencias
ALBERTO ASTORGA
Hace algunos artículos, concretamente en octubre pasado, escribía sobre la importancia de la gestión de los tiempos en la política y también en distintos órdenes de la vida. Decía que ‘el saber medir los tiempos es un valor presente en todo dirigente ql que se le reconozca talento, valía y cualidades notables’. Ratifico lo dicho y lo reitero, pues estimo que es una manifiesta certeza.
Desde que se conocieron los resultados obtenidos por cada partido político en las elecciones generales de diciembre, así como la primera ronda de consultas que el rey Felipe VI ha mantenido con los distintos portavoces de los grupos parlamentarios, asistimos a un valioso seminario de cómo gestionar los tiempos y de los distintos estilos de hacerlo.
Los protagonistas de la escena política, sean principales o secundarios, nos descubren con ello las facetas clave de su personalidad, que están presentes en el diseño de sus correpondientes estrategias para recabar los apoyos -o evitar terminar en la oposición- que todos, sin distinción, necesitan para gobernar. Y todos ellos nos están sorprendiendo.
Mientras que Mariano Rajoy, político avezado donde los haya, y Albert Rivera, que sabe de los peligros de la megafonía, saben que la gestión política conlleva acuerdos con cesiones y gestionan sus maniobras con absoluta discrección, Pedro Sánchez y Pablo iglesias, sin embargo, más metidos en el papel populista e irresponsable del ‘chico tonto y creído de la clase’, ‘tontean’ públicamente a múltiples bandas proponiendo alternativas a cual más rocambolesca y arriesgada. Lo hacen, eso sí, ‘recreándose en la suerte’, sabiendo que hay plazo suficientemente amplio para lucirse y ‘acaparar’ minutos de gloria entre portadas y titulares: dos meses a partir de la incineración política de Mariano Rajoy.
Mariano Rajoy, quien razonablemente fue invitado por rey para conocer su criterio de cara a un investidura, con la astucia del gallego, declinó la posibilidad que, sin duda, le correspondía, para mantener intactas sus opciones futuras. Quien siempre aparecía y nos parecía un gestor burócrata y taciturno, una esfinge imperturbable, se nos destapa claramente como un estatega brillante; ‘el diablo sabe más por viejo que por diablo’. Sabe que la investidura hubiera supuesto un regalo envenenado que quemaría sus bazas futuras, su partido y a él mismo. Con su decisión, similar a un enroque, consigue tiempo, cambia el foco, quita la presión hacia él mismo y reduce el margen de tiempo con el que Pedro Sánchez creía contar para intentar coser voluntades en torno a su persona y hacer digerible una complicada, arriesgada e imprudente apuesta de pactos.
Pablo Iglesias, más teórico e idealista que muñidor prudente, peca de impaciencia -o de cálculo, también- y presenta un ‘golpe de efecto’ de incierto final. Iglesias viene fallando estrepitosamente en las formas y en el fondo. Si ya fue un exceso exigir que se constituyeran cuatro grupos parlamentarios con cada una de las ‘confluencias podemitas’, ahora exige ministerios y sillones antes que proyectos e ideas. Dinero y sillones se convierten en su prioridad. La casta sigue ahí.
‘La sonrisa del destino’ con la que Pablo Iglesias alumbra la existencia de ese vil mortal señalado con la suerte divina, es más una ‘puñadala trapera’ a Pedro Sánchez y un insulto al propio PSOE, más que una gracia o un guiño. Su ofensiva propuesta puede serle contraproducente. O no, si su objetivo es llegar a una nuevas elecciones donde cree que puede seguir arañando votal a los socialistas.
En estas delicadas circunstancias en que nos ha instalado los 'nuevos' políticos, el posicionamiento tanto de cada 'ego' como de cada 'ideología', deben ser practicados con prudente flexibilidad; y no parece que todos la tengan"
Pedro Sánchez, noqueado, sabe que solo salva el cuello si es presidente, pero no sabe a qué orilla dirigirse ni que camino seguir. Se orienta por sus personalisimas y onanistas querencias más que por riguroso sentido de estado. El tiempo corre y cada vez parace hacerlo más deprisa. La presión interna -esa que Mariano Rajoy despachó con un brillante ‘natural’- aumenta antes de la celebración del Comité Federal y unas nuevas elecciones se presumen fatales. Quizás no llegaría a ellas.
Albert Rivera se mantiene, cauteloso, a la espera. Su posición centrada sirve tanto para un ‘roto’ como para un ‘descosido’. No tiene prisa; las redes están echadas. Tiene todo el tiempo del mundo y ninguna presión para elegir la alianza que más le interése a Ciudadanos.
Alguna vez he comentado que ‘haga lo que haga el PSOE, lo desgastará’. Sus resultados electorales, aunque malos -los peores de su historia- lo sitúan por accidente en una posición estratégica por lo que tiene que pasar cualquier solución posible. Y es precisamente este privilegio el que, paradogicamente- le perjudica. Debe tomar una decisión y debe tomarla pronto. No lo tiene fácil, pues ha pecado de ‘bocachancla’, insultado a unos y vendiendo en todos los foros donde se le ha querido oir que no pactaría ni con populismos ni con populares. Tragarse sus imprudentes osadías y comerse ahora ‘uno de los dos sapos’, cuesta. Más todavía cuando necesita, además, apoyo de los ‘revueltos e irreductibles’ nacionalistas. Todo un cóctel de dificil digestión, si el estomago es delicado.
Revisar las creencias que regulan el comportamiento político supondría escribir sobre una página en blanco en que prevalecieran los intereses de Estado, antes que las etiquetas partidistas, los marchamos de de calidad y las querencias personales. En estas delicadas circunstancias en que nos han instalado los nuevos políticos, el posicionamiento tanto de cada ‘ego’ como de cada ‘ideología’ deben ser practicados con prudente flexibilidad. Cada momento es distinto a otro. Adaptarse, reformar y mejorar es lo que -entiendo- los ciudadanos están reclamando. Mucho más que polarizar una convivencia social ya suficientemente diversa y crispada; no ya entre ideologías -que lo están- sino también entre los propios egos, que es peor.
Alberto Astorga