La soledad del político | Alberto Astorga
La soledad del político
ALBERTO ASTORGA
Somos seres sociales que vivimos en comunidades organizadas en las que la política sirve para arbitrar mecanismos de convivencia entre las personas, mediante el establecimiento de una serie de pautas de comportamiento orientadas a la resolución de intereses encontrados. Dedicarse a la política debe ser, o debiera ser, un ejercicio de relación con las partes que están en conflicto, con la ciudadanía que reclama una serie de acciones; la política debiera ser un ejercicio de diálogo y debate constante con unos y otros para encontrar elementos en común, puntos de encuentro que garanticen una convivencia satisfactoria y enriquecedora para la colectividad.
Visto así, intuimos que la vida del político, como persona que se dedica a la política, es ajetreada en eventos y rica en relaciones y popularidad. Más aun, pues detrás de cada candidato, alcalde, concejal, senador, consejero, director general, presidente o secretario general del partido, existe un numeroso equipo de profesionales que se encarga de los discursos, el protocolo, la prensa, la agenda, las llamadas, la seguridad y un sinfín de cuestiones que ayudan al político en su actividad y en su carrera.
Sin embargo, el político, aun inmerso en su personal vorágine de actividad y frenético trabajo, siente, está afectado, padece y confiesa una angustiosa soledad.
Efectivamente, hay dos situaciones distintas en la vida. La vida pública, plena de actividades, de relaciones, de momentos en que hay que tomar decisiones de toda clase, de conversaciones, trascendentes unas y distendidas e informales otras y complejas las más, y aquella otra vida, la personal, la íntima, en la que, en los momentos de sosiego y confianza, sin público ni colaboradores, sin prensa ni fotógrafos, sin testigos que puedan escucharlo, el político, la persona política, reconoce y expresa abiertamente, con prudencia y casi temor, como si él fuera el responsable, la palabra y el sentimiento que la acompaña. Es la soledad del político.
Y este sentimiento íntimo de soledad se observa en varios aspectos de su día a día. Se siente solo ante su propio equipo. Reflexionar, manifestar dudas, sentimientos, incluso temores o miedo al resto de compañeros, puede verse como signos de debilidad que podrían cuestionar su estatus y su liderazgo en el equipo.
Siente una obvia soledad ante el adversario o rival político, donde cualquier expresión de duda, posibilidad de otras opciones o alternativas o, simplemente el uso de una determinada frase hecha o forma de hablar, puede ser usada, en el transcurso del debate, como arma ofensiva en su contra.
Soledad ante los ciudadanos, que constantemente exigen y presionan, ante y para los que hay que decidir, sin poder satisfacer a todos y dentro de las posibilidades que la ley admite y el presupuesto permite.
El político -la persona política- reconoce y expresa abiertamente, con prudencia y casi temor, la soledad que le acompaña en su labor del día a día, pese a estar continuamente rodeado de personas"
La paradójica soledad ante la familia, a quienes no se quiere cargar con más penalidades que las estrictamente derivadas de no disfrutar del tiempo juntos, de no participar en el día a día con los que más quieres o simplemente no poder compartir muchos fines de semana.
Existe una soledad genérica que es la que se siente a la hora de la toma de decisiones. Toma de decisiones que supone una fuerte presión tanto íntima y emocional como externa o pública y en todos los ámbitos, sean de partido, de gestión institucional o de toma de posicionamiento. Esa soledad está ahí presente. No puedes derivar la responsabilidad a nadie, pues tú eres ese alguien que debe decidir.
La soledad, esta soledad no elegida, sino imprevista por las circunstancias especiales de la persona-política, genera un estrés adicional que dificulta la acción y el desarrollo de la persona. Contar con alguien con quien hablar, alguien con quien compartir inquietudes, sueños, deseos, problemas. Alguien que sepa escuchar y no solo oír. Un coach, un consejero personal o simplemente un orientador, ayuda a superar y a cambiar este sentimiento tan íntimo.
Existe la generalizada creencia de que quién está arriba está solo simplemente por estar arriba, pretendiendo minimizar y trivializar este dañino sentimiento.
Pero cambiar no es más que iniciar un proceso de cambio. Para ello siempre se puede acudir a un coach personal o político, alguien que desde la total neutralidad política y desde la confidencialidad más absoluta, acompaña y escucha, facilitando a la persona política el desarrollo personal y la consecución de sus metas.
Alberto Astorga