La ineptocracia | Carmen Heras
La ineptocracia
CARMEN HERAS
Este artículo se sustenta en la tesis de que, si bien el más puro sentido generalista de la democracia lleva consigo la plena posibilidad -para todos- de representación, una vez probado tal aserto, deberíamos conseguir que ciertos puestos claves de acción y dirección los ocupen los más preparados y no cualquiera -sea hombre o mujer- por el solo hecho de ser ‘personas con derechos y deberes’. Y no vale la idea de que los partidos políticos ‘hacen la criba’ correspondiente, pues bien sabido es cómo seleccionan a sus candidatos en un abundante número de ocasiones, sino todas.
Las listas abiertas, aunque con sus trampas, se acercarían a la opción señalada; con el votante haciendo ‘su selección’, eligiendo directamente a los candidatos por sus características propias, una de las cuales es el pertenecer a una organización política y a una ideología.
Debiéramos conseguir que ciertos puestos claves de acción y dirección los ocupen los más preparados"
Todo encaja; y, como decía el otro, tiene que ver con la economía. Les cito un ejemplo. Allá por los años noventa del siglo pasado había mayor número de mujeres con estudios, así que comenzó a ser bastante usual en algunas profesiones liberales el que trabajasen los dos componentes de un matrimonio. «Los hombres estamos de enhorabuena -me dijo entonces riendo un colega- seguís ocupándoos de las tareas domésticas y, además, añadís un sueldo a casa».
Cuando mucho antes se consiguió el voto para la mujer, el debate estuvo servido de antemano. El razonamiento era impecable: «las mujeres son la mitad de la población y si la población tiene derecho al voto, también lo tienen las mujeres». De ahí que los contrarios al mismo hubieran de buscar argumentos en contra, como el de la posible influencia de los confesionarios en las votantes femeninas.
La reacción llegó pronto. «Que las mujeres competentes alcancen un puesto, no basta; eso va ‘se suyo’. Igual que cualquier hombre, aun siendo incompetente, puede llegar a un cargo público, solo cuando las mujeres incompetentes lleguen a esos mismos lugares se habrá conseguido la plena igualdad», expusieron las más radicalizadas. Pues se cumplió. Ya tenemos de todo en cualquier sitio, salvando las gloriosas excepciones. Como en botica. Y hasta es lógico, si me apuran.
Pero a medida que cambian los tiempos, también cambian ciertas reglas de juego en la manera en que se sustentan y concretizan las necesidades del mundo real. Si de la generalización que se hizo sobre la igualdad de derechos y el supuesto de que la democracia está plenamente implantada, emergió la creencia de que cualquier persona puede ‘llegar’ y ‘hacer’, simplemente por el mero hecho de existir sobre la faz de la tierra; en momentos de dificultades, como los que todos vivimos hoy, parece haber llegado la hora de reequilibrar.
Igual que cualquier hombre, aun siendo incompetente, puede llegar a un cargo público, solo cuando las mujeres incompetentes lleguen a esos mismos lugares se habrá conseguido la plena igualdad"
Si la secuencia de lo primero ha sido que espacios importantes de toma de decisiones sean ocupados por gente competente y por otra parte -que no lo es tanto- ahora que la sociedad necesita trabajar con mejores opciones, todos debiéramos aplicarnos el ‘incentivar el mérito personal y colectivo’ que pueda sacarnos del atolladero con mayores garantías. Incluso, eso mismo podría servir de estímulo para ‘los más flojos aspirantes a dirigentes’.
Reitero la idea, aun sabiendo que es un tanto utópica; de acuerdo, ya lo hemos demostrado, ¡bendita democracia!; cualquiera puede aspirar a cualquier cargo; la democracia es sólida y lo aguanta todo, pero ahora puede ser un buen momento de rectificar las aristas de la medida y de quienes la aplican. ¿Qué se pierde por intentarlo? ¿Por qué no? Desterremos la ineptocracia.
Carmen Heras