La identidad del político | Alberto Astorga
La identidad del político
ALBERTO ASTORGA
Desde el ejercicio de cualquier actividad, el ser humano tiene la responsabilidad de trabajar por un mundo al que las personas deseen pertenecer. Esa es la finalidad última a la que deberíamos aspirar todos, más aún cuando se desempeña una posición de representación política.
Si entendemos la política como una actividad de intervención o intermediación en las discrepancias de los ciudadanos y un sistema válido y exitoso con el que conseguir el bienestar de una comunidad, puede extenderse el concepto a aquellos que ostentan representación, no ya estrictamente de lo que conocemos como ‘política’, sino también sindical, la actividad de los organizaciones empresariales, en colegios profesionales, asociaciones y organizaciones no gubernamentales o de cualquier otro tipo. Es la política tomada ‘en su sentido más amplio’; la política como una actividad que canaliza la vida ciudadana al objetivo del bienestar social y de la convivencia pacífica.
Desde esta actividad política, construir un mundo mejor, construir un mundo al que las personas quieran pertenecer, es un reto ineludible, pues manejan los instrumentos necesarios para cambiar la sociedad. Pero no se trata solo de cambiar los marcos legislativos; se trata de cambiar la forma en que se hace la política. Y eso solo se puede hacer, haciendo mejores a las personas y a las organizaciones que se dedican a ella desde cualquier ámbito de actuación.
Para un óptimo ejercicio de la actividad política, es necesario que aquellas personas que se dedican a ella tengan un 'modelo del mundo' coherente, equilibrado e integrado"
Nuestro individualismo no debe entenderse como negativo, sino como una actitud necesaria en la vida, diferenciándolo y poniéndolo en distintos plano a lo que significan los términos de egoísmo y egocentrismo. El egoísmo, pese a las tergiversadas connotaciones morales, es necesario y útil, porque, según Ayn Rand, en su verdadera acepción, significa ‘el procurarse todo lo que se necesita para vivir’, además de servir para hacernos conscientes de nuestra propia identidad y de reconocernos como un ‘yo’. El egocentrismo supone una incapacidad para ver las cosas desde el punto de vista de los demás o pensar que lo único importante es la propia perspectiva, el propio ‘yo’.
La palabra ‘individuo’, por su parte, viene del latín individuus, que significa ‘indivisible’. El individuo es la unidad mínima y no divisible menor en un grupo. El individualismo que debemos entender, permite llevar las potencialidades de cada persona a su vida diaria, de forma plena, integrada, no fragmentada ni dividida, desarrollándolas con autonomía respecto a la opinión y al sentir del resto de individuos.
Al vivir así, el individuo vive con plenitud, armonía y equilibrio sus valores y toma conciencia de su entorno, tanto de sus propias necesidades como de las de los otros, actuando en consecuencia para satisfacerlas.
Para un óptimo ejercicio de la actividad política es necesario que aquellas personas que se dedican a ella tengan un ‘modelo del mundo’ coherente, equilibrado e integrado, constituido por las creencias de esa persona y articulados por una lógica que le sea propia, única y reflejo de su identidad como individuo.
El hombre es el ‘individuo’, pero no puede serlo sino en relación con los otros hombres. Según José Ortega y Gasset, «la realidad concreta humana es el individuo socializado, es decir, en comunidad con otros individuos. El individuo suelto, señero, absolutamente solitario, es el átomo social».
Y el proceso de individualización pasa por descubrir la propia identidad como un todo, como un sujeto pleno, para tener la suficiente base para abordar la pertenencia a ‘un todo’ mayor del que se forma parte y con el que conectamos. Sin descubrir la propia identidad, sería difícil determinar el papel en el mundo y, mucho menos, el papel que queremos jugar en la sociedad a la que pertenecemos.
Alberto Astorga