Debate electoral a cuatro | Alberto Astorga
Debate electoral a cuatro
ALBERTO ASTORGA
Que el debate en política es necesario es algo que no admite duda, pero en campaña, como es natural, el debate es continuo. Por esta circunstancia, el pasado día siete asistimos a un debate que con toda solemnidad se nos anunciaba como ‘decisivo’.
Un debate con cuatro candidatos. Dos de ellos son resultados contrastados y otros dos con potenciales resultados en encuestas. El formato y los protagonistas lo convertían en novedoso e interesante. Y pienso que no defraudó.
El formato, de pié y sin atril, permitió valorar, además de lo que se decía, la comunicación no verbal de los protagonistas. Se les privó del ‘parapeto tradicional del orador’, en el que se puede esconder o disimular ese otro lenguaje tan evidente como inconsciente.
Para ser candidato atractivo hablando en público es necesario comunicar tres cosas: entusiasmo, cercanía y poder. En ese orden. Son tres elementos que deben percibirse tanto cuando se escucha, como cuando se observan mensajes, actitudes y posturas. Y no todos los que allí intervinieron los reflejaron son claridad.
Soraya Sáenz de Santamaría mantuvo una actitud tranquila. Solo cuando hablaba movía las manos con soltura. Procuraba no ponerlas nunca cruzadas ante alla e, incluso, cuando no hablaba, las mantenía en descanso a ambos lados de su cuerpo. Vestía correctamente, quizá a mi gusto demasiado abrigada, mantuvo en todo momento una actitud espléndida pese al castigo que, con seguridad, les suponían los tacones y la postura en pié durante dos horas. Fue la única que no llevaba ni apuntes ni chuletas donde consultar los datos, lo que significa el dominio de los datos y de los temas que iban surgiendo en el debate. Su cierre fue muy bueno. No olvidó ningún mensaje de los que quería transmitir.
Para ser atractivo hablando en público es necesario comunicar tres cosas: entusiasmo, cercanía y poder, y no solo en la palabra, sino también en la actitud y en el mensaje"
Albert Rivera acudía como ‘un pincel’. Perfectamente vestido, desde el primer momento se le vio nervioso e inseguro. Se alisaba constantemente un traje ya de por sí perfecto. Cuando no hablaba, bien sus manos o sus brazos se cruzaban a distintas alturas, pero siempre ante él. O él tras ellos. Sus repetidos, indecisos e inconsistentes movimientos de pié le hacían inseguro y no transmitía confianza. Comenzó con pretendido sosiego, pero en cada intervención imprimía más velocidad a sus palabras. En el cierre no aportó nada sugerente. No fue su día.
Pablo Iglesias vestía informal y progre, lejos de la imagen que todos tenemos de un pretendido presidente. La camisa, sin americana, fue un error. Entre focos y nervios, que de ambos habría, hicieron asomar la desagradable y poco estético señal de sudor en las axilas. Se acompañó de un bolígrafo -eso si, barato- para tener las manos ocupadas y no estar pendiente de qué hacer con ellas. Sus intervenciones eran agresivas, no ya por la forma de hablar sino por la gesticulación de su rostro. Estático en el escenario, tuvo buenos momentos, aunque el pretendido ‘referéndum independentista de 1977 en Andalucía’ o el ‘trabucarse’ la lengua con el ‘House-WaterWatch-Cooper deslucieron su intervención. Su mejor momento fue el último minuto. Lo bordó. Llegó a las emociones del televidente.
Pedro Sánchez, vestido de sport y siempre sonriente, parecía sacado de su propio cartel electoral. Sus dedos siempre entrecruzados transmitían poca confianza. Su nerviosismo, junto al de Albert Rivera, fue palpable durante todo el debate. Reiterativo con sus argumentos, quiso que quedara claro su mensaje, agotando al espectador. No aportó nada nuevo en el cierre, recitando consignas repetidas.
Hubo entre ellos, claro está, ‘pellizcos de monja’, siendo casi siempre su destinatario Pedro Sánchez, quien los recibió a la par de Pablo Iglesias y de Albert Rivera. Hubo momentos en que parecía que los tres se disputaban el segundo puesto de llegada. Los tres también pecaron de risitas, muecas de sarcasmo, movimientos de negación con la cabeza y comentarios cuando hablaba cualquier otro interviniendo. Eso, que es utilizado como intento de desconcertar al que está en uso de la palabra, no es efectivo y, además, quita votos, pues significa inseguridad propia y menosprecio por el adversario, cosa que incluso los propios afean y censura. Un candidato debe tener otras formas de debatir y de argumentar.
A modo de conclusión, el debate fue novedoso, aunque el formato a cuatro permite ‘irse por las ramas’ cuando es necesario, sin que se note mucho. Pese a todo, fue interesante, oportuno y mucho más dinámico de lo que hubiera sido un clásico ‘cara a cara’.
Alberto Astorga