Indultos e impuestos | Carmen Heras
Indultos e impuestos
CARMEN HERAS
¿Que pensarían ustedes si, supongamos por un momento, alguien con mucho mando en plaza diese a conocer un día cualquiera un supuesto planteamiento sobre algo realmente importante y lo hiciese para: a) saber qué opina el personal sobre su propósito; b) intentar -en el caso de que la opinión pública pudiera ser mayoritariamente desfavorable a la iniciativa- influir en un cambio de aquella; c) si el clima siguiera siendo negativo, utilizar la estratagema para quedar bien, incluso si no se hiciera, con quienes -para subsistir- ha de entenderse políticamente?
Veamos el mismo asunto pero ahora desde la otra parte. Imaginemos que la población a la que se dirige la noticia reacciona distribuyéndose en los tres grupos habituales: los indiferentes, los que están a favor y los de en contra. Y supongan ustedes que éstos últimos se hacen lenguas destacando el mucho desgaste del gobierno al tomar una decisión tan complicada. Hay en este grupo un sector que defendió en su momento la medida que hoy se pretende invalidar, con lo que parece lógica su actitud (‘sostenerla y no enmendarla’) y al que además no le importa el descrédito del que gobierna, es más, lo pretende en todas y cada una de sus intervenciones. Desde un punto de vista totalmente teórico y primario, extremo en el que se mueven últimamente las opiniones en España, éstos últimos pudieran ser los más interesados en la equivocación del gobierno y, creyendo que lo va a hacer, y eso le acarreará la pérdida de las elecciones, barajar la hipótesis de dejarle concluir, en vez de oponerse.
Subir o bajar los impuestos son decisiones que siempre recaen y de manera bastante general en el mismo sector de la población, que no es otro que la gran clase media"
El debate está asegurado en todo lo anterior. Lo mismo que con los impuestos. Hemos llegado a una situación en la que parece necesario, a juicio de unos, el subirlos y, a juicio de otros, el bajarlos. Y la pregunta del millón aquí no es el sí o el no a secas, sino el por qué ambas decisiones recaen siempre y de manera bastante general en el mismo sector de población, que no es otro que la gran clase media, gran pagana en todas las últimas crisis.
Lo sé porque está compuesta por la gran mayoría y sus componentes no son los únicos que pagan a Hacienda. Todos somos Hacienda. Pero la tarea de cuantos han hecho creer a los pequeños y medianos autónomos que su situación es semejante a la de los grandes empresarios no tiene desperdicio y ha producido un aumento de las desigualdades.
Lo mismo que el discurso de la idéntica responsabilidad de unos y otros en pos del bien común. A pesar de las declaraciones populistas afirmando que se exigirá más a quienes más tienen, las posibles mejoras de la economía pública pensadas por unos y otros se basan, hasta la fecha, en subidas generales de impuestos que afectan sobre todo a las cuentas más transparentes. A funcionarios con nómina y autónomos.
Puestas así las cosas y tratando el tema desde un punto de vista totalmente pragmático de consecución de votos, cabe preguntarse por qué si son los grupos citados los principales proveedores de impuestos, no se incrementan las medidas favorables del Ejecutivo (y los partidos que lo sustentan) hacia ellos, puesto que les ayudan a hacer política. Para que así, a la hora de aportar, dispongan de una mayor holgura (nótese la ironía).
La reforma fiscal no es algo que se pueda hacer a la ligera. La última completa viene de la época de la extinta UCD, fuerza política liderada por Adolfo Suárez, primer presidente de España, una vez restaurada la democracia, a la muerte de Franco. Exige un acuerdo parlamentario entre partidos y una justificación amplia y transparente a los ciudadanos. Como en el caso del primer párrafo de este artículo.
Carmen Heras