La formación de los políticos | Alberto Astorga
La formación de los políticos
ALBERTO ASTORGA
Decía Michel de Montaigne que ‘una cabeza bien hecha vale más que una cabeza llena’. Y esa reflexión, encontrada en una lectura ocasional, se transformó inmediatamente en una pregunta: ¿el político nace o se hace?
Muchas veces se ha hablado de esto y más cuando dudamos o desconfiamos de la calidad de aquellas personas que, a través de la actividad política, nos representan y toman decisiones en asuntos que, inevitablemente, nos afecta. ¿En qué manos estamos?
El punto de partida para responder a esta cuestión es la formación de nuestros políticos. Un aspecto prácticamente desconocido es que cuentan con un elevado nivel educativo. Si la anécdota es haber tenido ministros sin estudios, diputados y directores generales con el curriculum falseado o el haber estudiado asignaturas de alguna materia sin haber obtenido el correspondiente título, la verdad es que podemos presumir, en general, de contar con políticos que, en su mayor parte, están universitariamente cualificados. Aunque una cosa sea ‘entrar en la universidad’ y otra muy distinta que ‘la universidad entre en uno’.
La Universidad Pablo de Olavide de Sevilla, realizó hace no muchos años un análisis de los datos formativos de nuestros representantes políticos, concluyendo que, ‘de las personas que han ocupado un escaño autonómico entre 1980 y 2011, la gran mayoría, el 81%, tiene un título universitario. Por su parte, entre los miembros del Congreso de los Diputados, el nivel educativo es superior en su conjunto, ya que el 91% tiene credenciales universitarias’.
Este nivel educativo ha ido aumentando a lo largo de las distintas legislaturas, tanto autonómicas como nacionales, en paralelo a cómo lo ha hecho el conjunto de la sociedad a la que representan y supone, al menos, saber que contamos con políticos mayoritariamente con la ‘cabeza llena’.
Pero si queremos, de verdad, conocer la calidad de los políticos, no podemos limitarnos a caer en la búsqueda de un título que certifique las capacidades de los mismos, sobre todo cuando lo que también buscamos son capacidades adquiridas a lo largo de la vida personal y profesional.
Dedicarse a la política no requiere estudiar ninguna carrera universitaria. Es más, no requiere estudiar absolutamente nada. Es la política, en este sentido, una especie de profesión no reglada a la que cualquiera puede acceder previo paso por el escaso y precario filtro del partido al que se pertenece y el beneplácito de las urnas, donde se vota en listas cerradas a paquete completo y sin poder especificar el voto a candidatos concretos. En el lote puede entrar cualquier cosa.
Sin despreciar en modo alguno la posesión o carencia de cualificación universitaria -si la pides eres un sectario-, hay otras circunstancias que debemos tener en cuenta a la hora de describir con qué políticos contamos. Estas son la experiencia laboral y las competencias personales.
Ya se propuso en alguna ocasión, de forma aislada y sin insistir mucho en ello -no fuera a que se aceptara- el que fuera obligatorio haber cotizado a la Seguridad Social antes de ocupar un cargo público. Esta propuesta, realizada por Esperanza Aguirre, incendió -cómo no- las redes sociales, pues ejemplos de cargos públicos que solo han desarrollado su actividad profesional en la política los hay, y de forma significativa, en todos los partidos.
La política se ha convertido en una especie de formación 'no reglada' a la que cualquiera puede acceder previo paso por es escaso y precario filtro del partido al que se pertenece y el beneplácito de las urnas"
Se trata, en su mayor parte, de jóvenes -y algunos no ya tan jóvenes- que entraron en la política a través de las juventudes del partido; obtuvieron sus primeros cargos en el mismo y accedieron paulatinamente a ser concejales, diputados y cargos públicos sin haberse nunca haberse ganado la vida fuera de la política. Eso existe. En todos los partidos. En todos.
Esto, a mi modo de ver, profesionaliza la política de tal manera que la degrada, pues aísla a los políticos de la responsabilidad de comprender los problemas reales de los ciudadanos y hace, además, depender al político de quien confecciona las listas electorales, lo que le hace dependiente.
Quien nunca ha trabajado antes, no puede saber las dificultades que ello conlleva. Nunca podrá entender las consecuencias de una decisión que implique, por ejemplo, subida de impuestos o conocer cómo afecta una regulación concreta a determinados sectores y situaciones. Tener ese bagaje profesional previo, esa experiencia, es un aliciente necesario e importante, pues hace más independiente a la persona. La política es coyuntural y es un ejercicio de servicio al ciudadano. Lo normal es volver a la vida de a pié pasado algún tiempo. «Respice post te, hominen te esse memento», ‘mira atrás y recuerda que solo eres un hombre’.
Pero a lo que se presta menor importancia en la formación de los políticos es a las competencias personales para ejercer la política. Desde los partidos se forma a sus afiliados, estructuras y cargos público, a través de jornadas, cursos de verano, seminarios, fundaciones afines o convenios con instituciones. Pero esta formación es, en su totalidad y salvo meritorias excepciones, sobre temática técnica o de situación y estrategia política. Constatamos como, tanto unos como otros, forman y adoctrinan a su militancia sobre, por ejemplo, el crecimiento económico de Europa, expectativas de desarrollo de inversiones en tecnología, la reforma de la democracia o sobre la gobernanza del Estado, y se olvidan de aquella otra formación útil y necesaria para hacer política a pié de calle, cada día, con los vecinos y el entorno más cercano
Toda esta formación tiene su importancia, pero la tiene, sobre todo, como ‘capacidades umbral’, es decir, como requisitos iniciales y necesarios con que se debe contar para poder estar en política y saber el posicionamiento a tener en cada caso y circunstancia. Son conocimientos necesarios para ‘estar ahí’, sabiendo lo que se trae uno entre manos y como gestionarlo. Pero la inteligencia emocional es la condición indispensable para ejercer el liderazgo político. Sin ella, un individuo pueden tener la mejor formación del mundo, una mente aguda y analítica y una enorme abundancia de información y de ideas inteligentes. Una cabeza llena, como decía Montaigne, pero le faltará ‘madera de gran líder’.
Es necesario que las formaciones políticas se acuerden de desarrollar y de formar a sus cargos públicos en cada uno de los componentes de la inteligencia emocional: la autoconciencia, la autorregulación, la empatía y las capacidades sociales. Esto es lo que hace que la ‘cabeza se haga’, se estructure, se configure adecuadamente para el logro de los objetivos que se marquen en política.
Sólo con el acompañamiento y guía de un coach, a través de un proceso de coaching político, puede desarrollarse ese otro tipo de conocimiento, ese saber hacer y estar que no está en ningún temario universitario de licenciatura o grado, que no aparece más que en algunas experiencias laborales y que debe ser conocido y tenido en cuenta por nuestros políticos para mejorar su hacer.
Conocerse a uno mismo, sus emociones, puntos fuertes, debilidades, necesidades e impulsos; regular los sentimientos y emociones, reflexionar y meditar, pero también motivar al equipo, a la organización, para el logro de metas y objetivos por la simple satisfacción de alcanzarlos.
Pasión en cada momento, pero gestionando las relaciones con los demás. Empatizar, considerando los sentimientos y puntos de vista de los demás en la toma de decisiones, buscando puntos en común que permitan avanzar con una actitud positiva ante la vida y los obstáculos. Son estas enseñanzas basílica de liderazgo que parten siempre del conocimiento de uno mismo, de la autoconciencia.
Se puede tener razón en los planteamientos ideológicos o en el desarrollo de políticas concretas, pero debe llegarse a las personas, a la gente, a los votantes, ponerse en su pellejo. Hay que alcanzar su corazón y sus sentimientos. Y es esta una formación de la que hoy siguen careciendo nuestros representantes políticos, aunque tengan muchos títulos, lo que tampoco significa mucho.
Y finalizo como empecé, con Montaigne. «Incluso en el trono más alto, uno se sienta sobre sus propias posaderas». Pero hay que se consciente de ello.
Alberto Astorga