El oro de Moscú | Damián Beneyto
El oro de Moscú | Damián Beneyto
El oro de Moscú
DAMIÁN BENEYTO
La llegada a mis manos del libro de Mariano Ansó, ‘Yo fui ministro de Negrín’, aunque publicado hace ya algún tiempo, ha despertado en mí un cierto interés por lo que para algunos ha sido el mayor robo ocurrido en España en toda su existencia y para otros tan solo una transacción comercial en un momento muy particular de nuestra historia.
Como no soy un experto en historiografía no pretendo en esta parrafada aportar nada nuevo sobre el tema, pero sí, basándome en algunos testigos de los hechos, como el propio Ansó e Indalecio Prieto, y en algunos historiadores contrastados, como Burnett Bolloten, Stanley G. Payne, Ricardo de la Cierva y Ángel Viñas, contar algunas cosas curiosas sobre tan controvertido tema.
La historia del llamado 'oro de Moscú' es para algunos el mayor expolio ocurrido en España."
El 25 de octubre de 1936 salían de Cartagena con dirección al puerto de Odesa cuatro cargueros soviéticos de nombres Neva, Kine, Volgores y Kuban. En sus bodegas se amontonaban 7.800 cajas de madera que contenían 460 toneladas de oro en barras y en monedas, algunas de incalculable valor numismático, con un valor de casi 1.600 millones de dólares -al peso- de los de 1936. Al precio del oro de 1987 serían unos 7,6 billones de dólares. Era algo más del 70% de las reservas almacenadas en el Banco de España, reservas que eran las terceras del mundo en aquellos momentos.
Damián Beneyto Pita es natural de Carcaixent (Valencia), pero extremeño y residente en Plasencia desde 1977. Profesor de Enseñanza Secundaria. Fue Director del Centro de Artes Escénicas y de la Música, CEMART, entre 2007 y 2011. Director también de la Escuela Superior de Arte Dramático de Extremadura entre 2007 y 2010, Diputado en la Asamblea de Extremadura por el Partido Regionalista Extremeño, PREX, entre 2011 y 2015.
Unos días antes, el 13 de septiembre, Manuel Azaña, presidente de la República, firmó un decreto por el que, a petición del gobierno presidido por Francisco Largo Caballero, autorizaba al ministro de Hacienda, Juan Negrín, al traslado del oro, plata y billetes del Banco de España ‘al lugar que se estime más seguro’. Este documento, cuya foto adjunto, lo reproduce en su libro el ministro Ansó.
Que el gobierno de la República sacara dinero de España no era novedoso. Ya en 1931, según Indalecio Prieto, se había realizado un depósito de parte de nuestras reservas en un banco de Mont de Marsan para responder de un supuesto préstamo del Banco de Francia al de España, depósito que sería rescatado por Francisco Franco y devuelto al Banco de España al finalizar la contienda.
Otra cosa curiosa que cuenta Indalecio Prieto, que como saben fue secretario general del PSOE y ministro en varios gobiernos de la República, es que la cantidad de cajas que se sacaron del Banco de España llenas de oro en barras y en monedas, plata y joyas no fueron 7.800, sino 13.000, pesando 851 toneladas y media, descontando el embalaje. Una parte del resto fue en dirección a Marsella y la otra parte a Barcelona, antes y después del envío a Odesa respectivamente.
Ante estos hechos que por los textos consultados parecen irrebatibles y solo difieren en el número total de cajas, cabe preguntarse por qué cuando ni habían pasado dos meses desde el comienzo de la guerra civil y los nacionales solo eran dueños de una tercera parte del territorio aproximadamente, había tanta urgencia en sacar las reservas del Banco de España y ponerlas casi todas fuera de España. A lo mejor Largo Caballero y su gobierno habían dado ya la guerra por perdida. De no ser así y, aunque el ejército nacional estuviera cerca de Madrid, que no era el caso, lo lógico es que se hubiera llevado a otros lugares de España, como Barcelona o Valencia.
Manuel Azaña autorizó al gobierno presidido por Francisco Largo Caballero a trasladar el oro, plata y billetes depositados en el Bando de España 'al lugar que se estime más seguro'"
También llama la atención las discrepancias que hay sobre este asunto entre los protagonistas. Mientras que para algunos los artífices de la decisión de mandar el oro a Moscú fueron Largo Caballero y Negrín, que ni siquiera comunicaron con antelación al presidente de la República, Manuel Azaña, el destino, para otros, como el que fue ministro de Justicia, Sr. Ansó, ‘Negrín no pudo ser ni fue el artífice del envío a Rusia del oro español. Fue a lo sumo un cooperante de menor importancia del Lenin español (Largo Caballero) y sus consejeros áulicos, a la cabeza de los cuales figuraban Luis Araquistain (embajador de España en París) con su cuñado, Álvarez del Vayo (ministro de Presidencia), eterno epígono del comunismo internacional, y otros más o menos encubiertos’.
Parece pues que la paternidad de sacar el oro del Banco de España y llevarlo a Moscú fue del PSOE (como reivindica Indalecio Prieto) que contaba con cinco ministros en aquel Gobierno, además de su presidente, Largo Caballero. Sin embargo según cuenta Bolloten -el autor más documentado de los historiadores extranjeros que escribieron sobre nuestra Guerra Civil- también los anarquistas de la CNT-FAI estuvieron detrás de las reservas patrias. Un tal Diego Abad de Santillán, destacado dirigente de la FAI, Federación Anarquista Ibérica, preparó los planes para asaltar las bóvedas del Banco de España y trasladar a Barcelona, que era el bastión del anarquismo español, al menos parte del oro, aunque no llegaron a llevarlos a cabo.
La saca del oro y su traslado a Cartagena también tiene su aquel y cuenta el ínclito Indalecio Prieto en el 2º tomo de sus ‘Convulsiones de España’, que los comunistas, con el fin de apuntarse el tanto de cara a la Unión Soviética, se inventaron una especie de ‘Rififi’ a la española, dónde el protagonista fue nada más y nada menos que Valentín González, ‘el Campesino’, que en su autobiografía –‘que seguro que no ha escrito y que acaso ni siquiera haya leído’, según Prieto- dice que: ‘Por encargo de José Díaz, secretario general del PCE, debía custodiar el oro del Banco de España entre Madrid y Cartagena. Así pues sacamos el oro de los subterráneos en 7.800 cajas y lo cargamos en 35 camiones en menos de una hora’.
Según Indalecio Prieto, lo que ‘el Campesino’ dice haber realizado con su gente en menos de una hora, costo veintitantos días de trabajo y no se trasladaron 7.800 cajas sino 13.000 que, en ese número de camiones, hubiera sido imposible cargar. Y concluye diciendo: ‘El Campesino no intervino en nada, el oro y la plata se llevaron a Cartagena por ferrocarril y no por carretera, en trenes especiales que salieron casi a diario durante un mes custodiados por carabineros y muchachos socialistas de la Motorizada’.
Si hay un aspecto de esta historia que deja bastante claro que la idea de mandar el oro a Moscú no fue una buena idea es el interés que tienen casi todos los protagonistas, a posteriori, en negar su participación en esa decisión. Ya hemos leído cómo el Sr. Ansó disculpa a su amigo el Negrín, pero también Manuel Azaña e Indalecio Prieto pretenden salir por la gatera, y niegan ser responsables de la decisión, no de sacar el oro de Madrid, pero sí de enviárselo a Stalin.
¿Por qué cuando no habían pasado ni dos meses desde el comienzo de alzamiento militar había tanta prisa en trasladar los depósitos del Banco de España fuera de nuestras fronteras? ¿Se daba ya la guerra por perdida?"
El presidente de la República dice que se enteró a toro pasado, lo que confirma Prieto, y que se pilló un rebote importante estando a punto de dimitir. Sin embargo, Álvarez del Vayo dice que, aunque la decisión la tomaron Largo Caballero y Negrín, fueron informados tanto Azaña como el resto del gobierno. Por cierto que el artículo II del decreto arriba reproducido dice que esta decisión sería ‘en su día presentada a las Cortes’, cosa que nunca sucedió.
Lo de Indalecio Prieto es más rocambolesco. El orondo ministro de Marina y Aire jura y perjura que él no tuvo nada que ver en el envío y dice que estaba en Cartagena el 25 de octubre por casualidad y allí se encontró, sin comerlo ni beberlo, con el pastel. También niega (pg. 124 y siguientes del tomo II de ‘Convulsiones de España’) que, como afirma Álvarez del Vayo –al que pone a bajar de un burro- diera la orden de que una escuadrilla de destructores dieran escolta a los barcos soviéticos antes mencionados y así lo corrobora Vicente Ramírez de Togores -en carta enviada a Prieto-, que mandaba la flotilla de destructores de la República en ese momento y que niega taxativamente que se escoltaran los barcos rusos. Sin embargo, Mariano Ansó sugiere que la carta fue escrita para hacerle un favor a Prieto.
Siguiendo con los acontecimientos, y según Bolloten, Largo Caballero había pedido al gobierno ruso que aceptara las reservas del oro en depósito. La respuesta positiva a esta petición llegó el 17 de octubre y el día 20 del mismo mes, Alexander Orlov, jefe de la NKVD (después KGB) recibió el siguiente telegrama de Stalin: ‘Junto con el embajador Rosenberg, organice con el jefe del gobierno español, Caballero, el envió de las reservas del oro de España a la Unión Soviética. Esta operación debe llevarse a cabo en el más absoluto secreto. Si los españoles le exigen un recibo, niéguese. Repito, niéguese a firmar nada y diga que el Banco del Estado preparará un recibo formal en Moscú’.
Aunque Amaro del Rosal, presidente de la Federación de Banca de UGT, dijo que era normal que se negaran a firmar un recibo por cuestiones del seguro y del secretismo de la operación hasta su recepción en Moscú, hay que decir que desde el momento en que se cargó en los buques soviéticos el oro ya estaba en suelo ruso para bien o para mal sin que el gobierno de España tuviera ningún justificante que lo refrendara.
El recibo se extendió por fin el 5 de febrero de 1937 con las firmas del embajador español, Marcelino Pascua, el comisario del Pueblo para las Finanzas, G.F. Grinko, y el comisario del Pueblo suplente para Asuntos Exteriores, N.N. Krestinskiy. (Se adjunta la pg. 8 del documento con las tres firmas publicado en el libro citado de Mariano Ansó, que curiosamente está escrito en francés sin que se sepa la razón de ello).
Si los españoles le exigen un recibo, niéguese. Repito, niéguese a firmar nada y diga que el Banco del Estado preparará un recibo formal en Moscú"
La apertura de las cajas y el pesaje y conteo de sus contenidos se hicieron en presencia de los siguientes representantes españoles: Arturo Candela, Abelardo Padín, José González (sic) y José Velasco.
Según coinciden los historiadores consultados, la mayoría del oro no estaba en barras sino en monedas, algunas de gran valor numismático. Sin embargo, según el gobierno ruso, solo se retiraron las monedas defectuosas o con poco oro y el resto se fundieron en lingotes. Algo que, excepto Ángel Viñas (rojelio de pro al que solo le ha quedado acusar a Franco de matar a Manolete), ponen todos en duda. Había monedas de todo el mundo algunas muy antiguas y de un gran valor numismático muy superior al oro que contenían y los rusos lo sabían, así que es poco probable que las fundieran. Lo normal es que apartaran las monedas más valiosas y las vendieran poco a poco en el mercado internacional sin dar cuentas al gobierno español de ello.
Cuenta el periodista americano Herbert Matthews que Negrín descubrió varios meses después que no sólo estaban los rusos fundiendo las monedas sino que además cobraban una pasta gansa por hacerlo. Según dice protestó por ello, pero no hay pruebas de que lo hiciera, ni de que informara al resto del gobierno de esta circunstancia.
Algo que tampoco queda muy claro es el por qué los cuatro españoles que participaron en la valoración del oro tuvieron prohibido durante dos años abandonar la Unión Soviética y que dos de sus homónimos rusos fueran fusilados. También fueron fusilados el 15 de marzo de 1938 los dos dirigentes soviéticos que firmaron el acta que sirvió de recibo, Grinko y Krestinskiy.
¿QUÉ PASO CON EL ORO?
El cómo se controló y se gastó el oro también es una pieza controvertida de esta historia y como se puede apreciar por los testimonios de unos y otros no queda la cosa muy clara.
Según Mariano Ansó, jurista y ministro de Justicia de Negrín, los distintos gobiernos españoles ordenaron a la URSS la compra de dólares sobre la base del precio del dólar y el oro en el mercado de Londres y con cargo al oro depositado. Estás ordenes se produjeron de forma escalonada entre el 3 de marzo de 1937 y el 28 de abril de 1938, firmadas por el Presidente del gobierno y el Ministro de Hacienda, aunque en el caso de Negrín solo era necesaria su firma al ostentar ambos cargos. En cuanto a si se agotó el depósito en 1938 -como dice Viñas para intentar disculpar a Negrín-, Ansó dice que no se puede saber, puesto que depende de las valoraciones del oro vendido y de los dólares comprados y que solo la URSS puede presentar las cuentas por dichos conceptos.
Según Indalecio Prieto, la cantidad de cajas que se sacaron del Banco de España llenas de oro en barras, en monedas, plata y joyas no fueron 7.800, sino 13.000, pesando 851 toneladas y media, descontando el embalaje"
Indalecio Prieto habla de ‘colosal desfalco’ y dice que ‘el Kremlin quería quedarse con tan preciadísima mercancía’. Lo justifica por el secuestro antes mencionado de los bancarios españoles durante dos años y la purga de los funcionarios soviéticos que participaron en la recepción y valoración del tesoro español.
También menciona Indalecio Prieto cómo los comunistas franceses se convirtieron en cajeros de Estado Español a través del Banque Commerciale de l´Europe du Nord en Paris, filial del Banco del Estado soviético aportando los siguientes datos:
- El Partido Comunista Francés, PCF, administró para compras de material de guerra, 2.500 millones de francos entregados por Negrín, sin que la administración de esta importante cantidad fuera controlada por ningún funcionario español.
- La propaganda del PCF se costeaba con dinero del Estado Español.
- El diario comunista Ce Soir se sostenía con los fondos suministrados por Negrín.
- Los 12 barcos, todos de la compañía naviera France Navigation, propiedad del PCF, se compraron con dinero de España y nunca se devolvieron ni los barcos ni el dinero.
Bolloten hace también unas apreciaciones sobre el tema que nos ocupa que merecen ser expuestas. Aunque Ángel Viñas llega a la conclusión que las reservas de oro estaban agotadas un año antes del final de la guerra, queda un interrogante.
- ¿También se agotaron las ingentes cantidades de divisas generadas por la venta del oro al Banco del Estado soviético y transferidas a su filial francesa donde eran acreditadas en las cuentas del Ministerio de Hacienda?
- ¿Por qué las operaciones del banco comunista francés estaban envueltas en un secreto absoluto y nunca se han publicado los estados de cuentas del Ministerio de Hacienda titular de la cuenta, ni tampoco se han encontrado los documentos pertinentes del propio ministerio?
En 1957 el diario Pravda informaba, meses después de la muerte de Negrín, que no sólo se había agotado el depósito de oro, sino que el Estado Español aún debía, del crédito de 85 millones solicitado al Estado soviético, 50 millones. Por supuesto en las estimaciones soviéticas no se tiene en cuenta, como dice Bolloten, el valor de las monedas antiguas y raras, las cantidades desconocidas de divisas extranjeras que el Tesoro español tenía en el banco soviético de Paris, el envío a la URSS de materias primas y productos manufacturados desde España, los barcos mercantes vendidos por España a Rusia que nunca se cobraron y otras ‘menudencias’.
CONCLUSIONES
De todo lo expuesto y leído sobre este asunto creo que aún hay varias zonas oscuras en esta historia que quizás nunca se iluminen. Algunos de los protagonistas mienten, todos no pueden tener razón, aunque unos y otros busquen tenerla, aduciendo testimonios no contrastados y conversaciones no probadas.
Podemos entender que la cercanía de las tropas nacionales a Madrid aconsejara sacar las reservas del Banco de España, pero lo que parece excesivo es que recién comenzada la guerra -septiembre 1936- y cuando el gobierno del Frente Popular era dueño de las tres cuartas partes del territorio, las más ricas por cierto, se tuvieran que sacar las reservas de España como si la guerra estuviera perdida.
Por orden del gobierno de la República, el 25 de octubre de 1936 salían de Cartagena con dirección a Odesa cuatro cargueros soviéticos llevando en sus bodegas toneladas de oro y monedas de las reservas del Banco de España"
En mi opinión, el acuerdo del Gobierno, cuya acta de adjunta, no era sacar fuera de España las reservas sino alejarlas del frente. Como dice Prieto, se podían haber llevado a Valencia o Barcelona, pero al no concretarse en el acta (‘al lugar que se estime más seguro’) dio patente de corso a Largo Caballero y Negrín para hacer de su capa un sayo.
Parece estar claro, a pesar de lo que dice Ansó, que los que tomaron la decisión de mandar el oro a Moscú fueron el presidente del Consejo de Ministros y su ministro de Hacienda, señores Largo Caballero y Negrín, con la complicidad manifiesta del ministro de Estado, Álvarez del Vayo, y de Luis Araquistain, embajador en Paris, y que no se informó ni al resto del gobierno ni al presidente de la República.
La participación de Indalecio Prieto en este asunto fue mayor de la que él declara. Según el historiador Bolloten, cuesta creer que Prieto no supiera nada de este asunto hasta que llegó a Cartagena y tanto el jefe de la NKVD, Orlov, como Álvarez del Vayo dicen que fue el entonces ministro de Marina el que ordenó que algunos destructores custodiaran el convoy hasta Túnez. Aunque quizás sea cierto que él inicialmente no conocía el plan. No parece admitir duda que a Manuel Azaña le hicieron la envolvente entre Caballero y Negrín y podría ser cierto que se enteró por Prieto, a toro pasado, con el consiguiente cabreo.
En cuanto a que solo la URSS ofrecía garantías para la custodia del oro, como aseveró el embajador Araquistain finalizada la contienda, tampoco se sostiene, pues especialmente Francia, a pesar de su política de no intervención, donde gobernaba el Frente Popular podría haber sido un sitio seguro y más fácil de controlar. También Suiza, con tradición en estos menesteres, o incluso Méjico el país que más apoyó a la República y que fue el destino, después de la guerra civil, del dinero y joyas que el gobierno de la República incautó (robó) a la población civil que apoyó el Alzamiento y que fue transportado a Veracruz en el yate Vita, propiedad de un nacionalista vasco, por orden de Negrín.
Como dice Prieto y corroboran Bolloten, Payne y De la Cierva, la URSS estafó al gobierno español y cometió un desfalco en toda regla. Nadie controló a qué precio se vendía el oro para comprar dólares ni que pasó con las miles de monedas de altísimo valor numismático ni los pagos hechos a través de la sucursal francesa del Banco del Estado soviético.
No es de extrañar que Orlov y el embajador soviético, Rosenberg, se asombraran cuando se enteraron de que el gobierno español confiaba a Stalin las reservas del Banco de España. Según Bolloten, Stalin celebró la llegada del oro con un banquete en el que dijo: ‘Los españoles no verán su oro nunca más, como tampoco ven sus orejas’, expresión que tomó de un proverbio ruso.
Pero hay algo más grave que hasta nuestro historiador rojelio de cabecera, Ángel Viñas, reconoce, y es que la República perdió una baza de negociación al enviar el grueso de las reservas a Moscú y favoreció la creciente influencia del comunismo soviético en ciertos dirigentes de la República que llevó a una ‘sovietización’ de la política del Frente Popular.
Solo queda saber si la acción del gobierno de la República de mandar el oro a Rusia fue legal o ilegal. Tampoco hay acuerdo en esto, pero de lo que no hay duda es que la Ley de Ordenación Bancaria vigente en aquel momento impedía la enajenación de las reservas de oro que formaban parte del patrimonio nacional, de igual modo que el territorio de la nación.
Este seguirá siendo un tema controvertido aunque, visto lo visto, no cabe duda que el comunismo, con la complicidad de algunos socialistas de tronío, expolió a España.
Damián Beneyto
NOTA. A pesar de que Indalecio Prieto tilda de ‘broma macabra’ e incluso sugiere que la firma de Juan Negrín fue falsificada, el 18 de diciembre de 1956, según Mariano Ansó, Rómulo Negrín, haciendo cumplir las últimas voluntades de su padre, entregó en el Consulado de España en París todos los documentos que obraban en poder de su padre relativos al depósito del oro español existente en las cajas del Banco de España en Madrid y que fue entregado en depósito en el Comisariado del Pueblo de Hacienda de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, URSS.
Fuentes
- Anso, Mariano. Yo fui ministro de Negrín. Editorial Planeta. Barcelona, 1976.
- Bolloten, Burnett. La Guerra Civil Española: Revolución y Contrarrevolución. Alianza Editorial, 1997.
- De la Cierva, Ricardo. Historia esencial de la Guerra Civil Española. Editorial Fénix. 1996.
- Payne, Stanley G. La Guerra Civil Española. Ediciones Rialp. Madrid, 2014.
- Prieto, Indalecio. Convulsiones de España, Tomo II. Ediciones Oasis. Méjico, 1967.
- Viñas, Ángel. El oro de Moscú: alfa y omega de un mito franquista. Ediciones Grijalbo. Barcelona, 1979.
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“La historia la escriben los vencedores”. Esta frase se le atribuye al filósofo alemán Walter Benjamin, aunque también al escritor George Orwell e incluso al mismísimo Winston Churchill. Es de suponer que los tres la utilizarían alguna vez en contextos diferentes.
No seré yo quien enmiende la plana a tan insignes personajes, pero en España, en relación a nuestra última guerra civil y a pesar de los esfuerzos de los vencedores, han sido los perdedores y sus descendientes políticos los que, durante bastante tiempo, se han llevado el gato al agua y han puesto las bases para interpretar este acontecimiento.
En los últimos años del franquismo y principios de la Transición, aparecen multitud de libros sobre nuestra guerra civil de indudable valor histórico e imprescindibles para conocer ese capítulo de nuestra historia"
A pesar de que la historiografía moderna apuesta por un estudio objetivo de la historia, en el tema que nos ocupa la objetividad, en algunos casos, es más que discutible. Durante el franquismo se publicaron cientos de libros en nuestro país sobre la llamada “cruzada” y, excepto raras y honrosas excepciones, la mayoría carecieron de rigor y se dedicaron más a ensalzar las bondades del régimen que a dar una visión histórica de los hechos acaecidos, aunque eso no quiere decir que muchos de los acontecimientos narrados no fueran absolutamente fidedignos.
También, en este mismo periodo, se editaron otros tantos libros fuera de nuestras fronteras escritos por los exiliados -es decir, por los perdedores- que también adolecían de falta de objetividad y de un maniqueísmo tan grosero que resulta, en muchos casos, absolutamente ridículo.
Damián Beneyto Pita es natural de Carcaixent (Valencia), pero extremeño y residente en Plasencia desde 1977. Profesor de Enseñanza Secundaria. Fue Director del Centro de Artes Escénicas y de la Música, CEMART, entre 2007 y 2011. Director también de la Escuela Superior de Arte Dramático de Extremadura entre 2007 y 2010, Diputado en la Asamblea de Extremadura por el Partido Regionalista Extremeño, PREX, entre 2011 y 2015.
En los últimos años del franquismo y principios de la Transición aparecen multitud de libros sobre nuestra guerra civil, algunos como los del General Jesús Mª Salas Larrazábal y su hermano Ramón, de indudable valor histórico e imprescindibles para conocer aspectos tan importantes de la contienda como la importancia de la aviación, el bombardeo de Guernica, la intervención extranjera o el llamado ‘ejército popular’. Su ‘Historia General de la Guerra de España’ publicada en 1986 es, por el conocimiento que tienen como militares de la táctica y estrategia bélica y su objetividad, un tratado de gran valor histórico.
La aparición de los llamados escritores hispanistas como, entre otros, el inglés Hugh Thomas, el irlandés nacionalizado español Ian Gibson o el norteamericano Stanley G. Payne, puso de actualidad en el mundo una guerra que muchos de los que la vivieron querían olvidar y que a la mayoría de los que nacieron durante el franquismo ‘se la traía al pairo’. La visión de los foráneos de nuestra contienda civil no deja de ser interesante y sus discrepancias son más que notables. Recomiendo ‘La Guerra Civil Española’ (2014), de Payne por su fácil lectura y la historiografía utilizada.
Entre la pléyade de escritores autóctonos, y como no podía ser de otra manera, que se diría en ‘politiqués’, hay de todo como en botica. La ideología de los autores está muchas veces por encima de la realidad histórica e incluso se retuercen documentos y testimonios para dar a entender lo contrario de lo acaecido.
La 'Historia General de la Guerra de España' de Ramón y Jesús María Salas Larrazábal, es, por el conocimiento que tienen como militares de la táctica y estrategia bélica y su objetividad, un tratado de gran valor histórico"
Durante algunas décadas los historiadores pro Frente Popular se hicieron dueños y señores de las publicaciones al respecto, con el beneplácito de unos y la resignación de otros. Si querías vender un volumen no te quedaba otra, aunque hubieras militado en la democracia cristiana de Gil Robles, como Javier Tusell, o hubieras sido cura durante el franquismo, como Santos Juliá.
La mayoría de los historiadores rojelios no sólo se han dedicado a tergiversar muchos de los acontecimientos acaecidos y a ocultar hechos y documentos que ponían en riesgo sus teorías, sino que además han hecho de sus conclusiones dogma de fe y cualquiera que ose discutirlas se convierte en un revisionista de tres al cuarto.
Se han inventado una especie de fundamentalismo histórico de nuestra contienda, que está creando un estado de opinión a todas luces sesgado y muy poco objetivo.
Al más puro estilo del marxismo, el historiador que se atreva a revisar de forma significativa las premisas esenciales fijadas por esta caterva de ‘historiadores’ de la siniestra, se convierte en una especie de Eduard Bernstein –político socialista alemán que a finales del XIX puso en solfa algunas de las teorías de Marx, por lo que fue repudiado por la ‘ortodoxia marxista’-.
La aparición en escena de algunos historiadores llamados peyorativamente ‘revisionistas’, con bastante éxito por cierto, ha puesto de los nervios a sus colegas frente-populistas, que aprovechan cualquier circunstancia para desacreditarlos e, incluso, ridiculizarlos.
A pesar de ese empeño, autores como Pio Moa, Cesar Vidal, Manuel Álvarez o Roberto Villa, entre otros, han puesto en entredicho algunas de las teorías y afirmaciones, siempre interesadas, de la ortodoxia frente-populista. Recomiendo el libro de Manuel Álvarez y Roberto Villa, ‘1936 Fraude y Violencia en las elecciones del frente popular’, que demuestra, sin lugar a dudas, la ilegitimidad del gobierno salido de las urnas en las elecciones de febrero de 1936.
La aparición de algunos historiadores llamados peyorativamente 'revisionistas' ha puesto de los nervios a sus colegas 'frente-populistas', que aprovechan cualquier circunstancia para desacreditarlos e, incluso, ridiculizarlos"
Por supuesto, detrás de este desmadre historiográfico de los ‘historiadores zurdos’, han estado los partidos de izquierda, especialmente el PSOE, interesado en ocultar su historia llena de miserias políticas y de atentados contra la libertad y la democracia. El sonatillo Zapatero y su alumno aventajado, el tal Sánchez, con sus leyes de ‘vendetta histórica’ sólo pretenden acallar las críticas a una izquierda que propició, y hasta deseó, que se desencadenara una guerra civil en España.
Soy de los que opina que aún no hay perspectiva histórica para abordar con objetividad lo que ocurrió en España en gran parte de la primera mitad del siglo XX; por eso, pretender imponer cual axiomas, teorías fundamentalistas al respecto, no deja de ser una falacia interesada.
La guerra civil fue consecuencia de acontecimientos, incluso anteriores a la instauración fraudulenta de la II República y ya desde 1917 se veía venir. En ese conflicto, como está demostrado, no hubo buenos ni malos, sólo víctimas inocentes utilizadas por unos y otros para imponer su proyecto de estado, que por otra parte, en ningún caso iba a ser democrático, por mucho que se empeñe en rebatirlo el rojerío patrio.
Damián Beneyto