El necesario entendimiento | Alberto Astorga
El necesario entendimiento
ALBERTO ASTORGA
Aburridos no estamos; y si alguien se aburre es porque quiere. Pero si para aburrirse no hay tiempo, el transcurso de los días, y ya van ochenta y dos, produce en el ciudadano el hartazgo y la impaciencia consiguiente. Me recuerda aquellas largas horas de espera en las que el tren se detenía en Monforte de Lemos, cuando la familia se dirigía a Lugo, a finales de los sesenta, y no había quien lo moviera. Entonces se decía que la vía ‘estaba ocupada’.
El tiempo transcurrido desde las elecciones del 20D, ha despejado pocas dudas sobre qué va a suceder en España en las próximas fechas, pues los protagonistas de la obra no se ponen todavía de acuerdo sobre su género, pasando del ‘entremés’ al ‘melodrama’ como de la ‘tragedia’ al ‘sainete’.
Y todo sigue tal como estaba. O peor, pues nunca solo con las ‘inercias’ se ha llegado muy lejos, ni muy rápido. Asistimos a un espectáculo que refleja la situación social en que vivimos, en la que el diálogo -si lo hay- no se materializa en acuerdos ni en entendimientos. Se acude a las reuniones con el único ánimo de responder, sin atender a los que hablan y, en ocasiones, sin querer escuchar, sin querer entrar en razón y sin entender ni intentar comprender el punto de vista de los demás.
Y, aunque no hay expectativa de acuerdo, el paso de los días sí ha tenido ciertas consecuencias que sirven para dibujar el panorama. Albert Rivera por fin se ha mojado. ‘Pedro Sánchez es, cada vez, más Pedro Sánchez que antes’, sobre todo para los suyos. Pablo Iglesias ve en el caos una charca acogedora y rentable donde rebozarse. Mariano Rajoy empieza a ocupar la agenda que hace poco tenía vacía.
Eso, ¿a qué nos lleva? De momento, y desgraciadamente, a nada. Después de haber terminado la partida de la fallida investidura, ninguno de los jugadores ha devuelto las cartas. Pedro Sánchez incluso insiste en quedarse con las mismas, adueñarse de las que tiene el de al lado y pedirle al otro de más allá las suyas, para intentar ganar a ‘su bicha’ particular -léase Mariano Rajoy. Pero ni eso. Después de lo se que dijo en sede parlamentaria, a quién y cómo, las posturas cada vez se alejan más.
Los protagonistas de esta obra todavía no se ponen de acuerdo sobre su género teatral, pasando del 'entremés' al 'melodrama', como de la 'tragedia' al 'sainete', con inusitada facilidad"
No entiendo de dónde saca Pablo Iglesias tanto odio contra el PSOE’. No sé por qué es odiado ni por qué, a su vez, él odia tanto al Partido Popular. Solo sé que esas emociones personales, elevadas a rango de partido, impiden un entendimiento necesario entre quienes tienen la responsabilidad de ‘encauzar’ un Estado con importantes responsabilidades nacionales e internacionales. Y el tiempo pasa; y la ‘inercia’ se termina.
Pedro Sánchez debería devolver la ‘esencia’ a un PSOE con cada vez ‘menos sitio’. Regresar a aquel PSOE de Felipe González, un PSOE de centro-izquierda moderada y consciente y no seguir los pasos del calamitoso José Luis Rodríguez Zapatero.
Albert Rivera continua en la senda de sí mismo, queriéndose y amándose más que a cualquier otra cosa y circunstancia, único poseedor de la verdad. No oye más.
Pablo Iglesias quiere más que Pedro Sánchez. Quiere, a cualquier precio, llegar a la Moncloa; pero con la suerte de que él no tendrá que pagar nada, que pagaremos los demás.
A Mariano Rejoy se le ha echado el tiempo encima. O no. Debería haber atendido más su casa y sus labores domésticas, para poder atender a la de los demás. Sus méritos se han visto oscurecidos por sombras de tormentas.
Lo que correspondería en tal situación es volver de nuevo a barajar las cartas y repartirlas; pero siguiendo en la misma partida. Tiempo hay, pero no mucho.
Alberto Astorga