El mito de Antígona | Carmen Heras
El mito de Antígona
CARMEN HERAS
El confinamiento que vivimos invita a la reflexión desde todos los puntos de vista. La gravedad de la pandemia es manifiesta y sus efectos en todo el mundo, devastadores. Primero, en vidas humanas; después, es pérdidas económicas muy graves para personas y países.
Pero de nada valdría una crisis de estas características si los humanos no tomáramos buena nota de los aspectos más peligroso de ella, para enmendarlos y enmendarlos, además, dentro del sistema general en el que vivimos. Una de las conclusiones a extraer de cuanto nos ha pasado es lo frágiles que pueden volverse la propia salud, un sistema de vida, unos ingresos económicos e, incluso, unos órganos políticos.
Antígona se debate entre la obediencia a la norma de los hombres y su propia conciencia, la conciencia de la ley natural"
La pandemia ha desbordado la situación y ha mostrado la debilidad ‘de las costuras del vestido prendidas solo con alfileres’. En consecuencia, ha sido necesario que la gente no se vista para salir. Está bien, lo sabemos. Todos en casa con chándal para evitar los contagios; pero quedarse en casa no significa dejar de utilizar el raciocinio.
La noticia de la multa al alcalde de un pueblo de unos 1.300 habitantes por haber contravenido las órdenes gubernamentales al llevar a las viviendas de sus convecinos unos pequeños ramos de olivo el primer día de la Semana Santa, se ha contado en los medios de comunicación. A mi me ha recordado, salvando todas las diferencias, la tragedia de Antígona (441 a. C.) de Sófocles; intensa que es -o está- una.Recordemós.
Antígona tiene dos hermanos –Eteocles y Polínices– que pelean por el trono de Tebas. Se dan muerte el uno al otro y el nuevo rey, Creonte, ordena que, al primero, se le sepulte como héroe y al segundo no, por traidor. Antígona se debate entre la obediecia a la norma de los hombres y su propia conciencia -la ley natural- que le indica que debe dar sepultura a su hermano caído en desgracia para que su alma no vague eternamente por la tierra, precisamente por ser su hermano. Desobedece al líder, a Creonte, y el condenada a morir encerrada en una tumba. Antígona, se suicida.
Al día siguiente, observando la postura de este alcalde y su penalización con una multa como consecuencia directa de ‘su desobediencia’, me vino a la memoria el mito de Antígona. Mientras leía los enjuiciamientos de muchos en su contra por haberse saltado una normativa, reflexioné sobre las miles de pequeñas tragedias que subyacen en los comportamientos humanos y políticos. Aunque no creo que el alcalde pensara en la obra de Sófocles cuando aquel Domingo de Ramos salió a repartir unos humildes, cordiales, pacíficos y tradicionales ramitos de olivo entre las gentes de las que se siente responsable.
Entre las reflexiones del 'día siguiente', sobre el quehacer político, debe haber un espacio sobre el conflicto que puede existir entre la conciencia moral fundamentada y las leyes de los hombre"
No quisiera que se malinterpretaran mis palabras. No discuto la normativa vigente, aquí y ahora, en todo el país, faltaría más; busca preservar, en momentos tan duros, la salud colectiva. Tampoco cuestiono a quienes la han puesto en práctica y, ni mucho menos, a quienes la dictaron, pero creo que, entre las reflexiones del día siguiente sobre el ‘quehacer político’, ha de tener un espacio el debate sobre el conflicto que puede existir entre la conciencia moral fundamentada y las leyes de los hombres; todas las reglas tienen sus excepciones y deben existir personas capacitadas para entenderlo.
Sófocles no le da la razón a Antígona; tampoco a Creonte. Ella muere y él es castigado al perder a su hijo, pareja de Antígona, que se mata al verla a ella muerta; y a su mujer, que también fallece por la pérdida del hijo. Creonte ha intentado convencer a Antígona, alegando que no puede hacer otra cosa en razón de su cargo y soberanía, pero ella es captada por su propia percepción de su papel en la historia y no puede, ni siquiera, escapar de él. Pensemos.
Carmen Heras