El mejor banco de pruebas | Carmen Heras

El mejor banco de pruebas
CARMEN HERAS
Las mujeres en España emitieron su voto por primera vez en las elecciones generales de 1933. No fue un camino fácil, algún político aseguró, entonces, que incluir a las féminas en el ámbito electoral equivalía a contar con ‘seres incapaces’. Clara Campoamor fue la impulsora del sufragio femenino en nuestro país y el cambio se produjo.
Pero poder votar no significa necesariamente poder ser votadas y ni una cosa ni la otra consiguieron, de forma inmediata, la igualdad real entre los géneros. Y eso, a pesar de que desde la fecha en que la Campoamor dijera aquello: “He trabajado para que en este país los hombres encuentren a las mujeres por todas partes y no solo donde ellos vayan a buscarlas”, haya llovido mucho.

Poder votar no significa necesariamente poder ser votadas, y ni una cosa ni la otra consiguieron, de forma inmediata, la igualdad real entre los géneros"
Daniel Innerarity lo analiza en su libro ‘Una teoría de la democracia compleja’ donde escribe que la democracia sólo puede volverse efectiva cuando se logre plenamente la igualdad de género. Igualdad entendida como un derecho democrático y no solo como un mero acto de justicia hacia un grupo pequeño y minusvalorado, pues las mujeres no lo forman al constituir el 50% de la población.
La generación de nuestros padres, nacidos en las primeras décadas del siglo XX, y desde luego otras anteriores a ella, reconocieron como válido, a la hora de construir una familia, un contrato sexual que permite distribuir a los géneros en dos espacios claramente diferenciados: el público para el hombre, el privado para la mujer.
Desde el convencimiento de que para que personas soberanas y autosuficientes en lo económico puedan trabajar en el primero, era necesario que el otro sexo no lo fuera y se encargase de gestionar las tareas propias de la dependencia.
Hay historiadores que afirman que la filosofía griega llegó a existir y ha gozado de tanta influencia porque los filósofos que la hicieron posible, disponían de esclavos. Ya que para subsistir en lo básico, no necesitaron emplear parte de su tiempo en labores domésticas y asistenciales, pudieron dedicarse en cuerpo y alma a otros asuntos más elevados del intelecto como lo es, sin duda, el alumbramiento de una teoría filosófica.

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Visto todo desde este punto de vista, la esclavitud no solo no sería nociva -salvo para los esclavos-, sino algo tan oportuno que ha logrado, a la postre, mucho bien para la cultura humana, tan cimentada en la griega. Sin embargo, el ejemplo y el argumento son tan aberrantes como los referidos a la conservación del patrimonio antiguo en un país, cuando se la atribuye a la ausencia de desarrollo del mismo. “De haber llegado a tiempo el progreso a ciertos lugares –nos dicen algunas mentes pensantes- muchos de esos palacios, castillos, pinturas, etc, obras de arte sin parangón, ya no existirían pues se habrían vendido al mejor postor”.

La división de roles entre hombres y mujeres, sobre la que se fundamentó nuestra esctructura de vida y convivencia, nunca fue casual, sino pergueñada para que el espacio público fuera ocupado por el hombre"
Se que lo escrito más arriba da pie a profundos debates, con intervenciones apasionadas y oportunas, que otro día haremos. Hoy lo uso solo como ejemplo de que la división de roles entre hombres y mujeres, sobre la que se fundamentó nuestra estructura de vida y convivencia, nunca fue casual sino pergueñada para que el espacio público fuera ocupado por el hombre (entendido de un modo genérico). Y para ello, era preciso que el otro sexo, el femenino, se encargara de gestionar las tareas más dependientes de la vida, relegadas al ámbito privado y nunca al público, sin relación entre ambos.
El que la democracia de nuestros días sepa interrelacionarlos o no, constituye un buen banco de pruebas de su sinceridad.
Carmen Heras