El diálogo y otras hierbas | Carmen Heras
El diálogo y otras hierbas
CARMEN HERAS
A muchos se nos hace extraño ese desenvolver de conceptos tales como la responsabilidad, el sentido común y la prevalencia del bien general por encima del propio, curiosamente solo en momentos en los que se necesitan para conseguir algo en lo qué se está particularmente interesado.
Quizá sea por deformación profesional, pero los que trabajamos en educación sabemos que no hay nada como el ejemplo para crear costumbres y que la ausencia de castigo o de premio a conductas que se merecen lo primero o lo segundo, lleva a asentar malos hábitos para siempre -en el primero de los casos- y a convencer -a los que tienen las segundas- de que son unos pipiolos de los que los más pícaros se burlan.
Si se precisa intermediación para solucionar el conflicto, los que destruyeron la convivencia gozan de la misma consideración que los que no, con lo que sus tesis prevalecen"
España no es un país de consensos, al menos no habitualmente. Cuando alguien los sigue, suele salir escaldado la mayoría de las veces, porque los socios -no todos, afortunadamente- no respetan las reglas implícitamente acordadas y aprovechan su posición para intentar -y a veces lo logran- escalar al puesto del líder -secretamente añorado desde el principio-.
No hablo de oídas. En mi cercana experiencia lo he vivido varias veces. Al principio todo va sobre ruedas. Como creo firmemente en el diálogo y en la pluralidad, siempre que haya un nexo común entre las partes, he planteado muchas veces la concordia como norma de actuación, tanto en el terreno académico como en el político.
En el primero de los planos, incorporando a todo componente posible de los claustros. En el segundo, pactando con los adversarios dentro de la organización puestos importantes en las ejecutivas y en las listas electorales.
Hay quien respeta las normas de honor preestablecidas, hay quien no. Y cuando lo segundo sucede, has de encarar la sorpresa que te produce el que los órganos superiores de mando no tomen partido por quien tiene la razón, sino por quien teóricamente posee, -o puede hacerlo-, la fuerza.
De modo y manera que si se precisa intermediación para solucionar el conflicto, los que destruyeron la convivencia son considerados al mismo nivel que los que no lo hicieron. Con lo que sus tesis prevalecen, aunque vengan después de su felonía. Y como consecuencia de ella.
Queda así el -en ese momento- “damnificado”, a expensas del juicio de muchos “constructores” aviesos de un “relato” que lo estima débil y vencido, con lo que la reacción en cadena se produce, sobre todo en conjuntos gregarios de personas, como por desgracia son la mayoría de los partidos políticos.
Y se consigue el objetivo de descabalgar a quien ocupaba, hasta ese momento, la máxima responsabilidad; no porque no haga bien su trabajo, sino con el argumento falaz de la regeneración.
¿Qué viene después? Solo el tiempo lo dice. En general, menos calidad y menos ética. Pero es sabido que ambos términos están en desuso, al parecer con la aquiescencia de los contribuyentes que siguen votando en la misma dirección.
Carmen Heras