Después de la batalla | Carmen Heras
Después de la batalla
CARMEN HERAS
Con absoluta mirada de asombro hemos asistido al desarrollo y resultado de los pactos que han culminado el día 15 de junio en la constitución de los gobiernos municipales donde los votos directos de los ciudadanos no dieron la mayoría absoluta a una sola fuerza política.
Hace tiempo que muchos venimos reconociendo que sería conveniente una profunda reflexión sobre la ley electoral y sobre el papel que cumplen nuestras instituciones locales y regionales. Papel exagerado a veces si lo revisamos a la luz de los resultados productivos y concretos para votantes y contribuyentes. Que se tropiezan, al término del proceso electoral, con acuerdos sin fin que conculcan estrepitosamente la voluntad de las urnas. La posibilidad de una segunda vuelta entre los dos partidos con mayor número de votos en la primera votación, eliminaría los chalaneos y demás tretas, propias de descarnados patios de monipodio.
La posibilidad de una segunda vuelta entre los dos partidos con mayor número de votos en la primera votación eliminaría los 'chalaneos' y demás tretas propias de descarnados patios de monipodio"
A expensas de lo que afirmen los sesudos analistas, lo cierto es que no se trata tanto de criticar a hombres y mujeres negociadores, sino más bien de una reflexión objetiva sobre lo qué está sucediendo. Ellos hacen lo que su leal entender les sugiere, lo que la ley y las costumbres les permiten.
Hace tiempo que sabemos que la política ha dejado de ser patrimonio de élites.
Más bien al contrario, salvo contadas excepciones, el mundo político no tiene un exceso de altura intelectual ni de miras, entre otras cosas porque, si existen, quedan subsumidas en el magma de lo equívoco, de las astucias y sometimientos propios de picarescas sin fin, moneda corriente en nuestros días.
Posiblemente sea más fácil hacer de pícaro que de honesto, más lucrativo y simpático. Someterse a las tesis de la mayoría, una mayoría mediocre, es menos duro y da más dividendos que nadar contracorriente si así lo pide la propia categoría.
Entre otras cosas porque el relativismo moral existente permite que cualquier decisión política pueda ser expuesta como positiva, a poco que gane una contienda. O denominada como histórica por un grupo de acólitos convenientemente adiestrados y persistentes. Con lo que una decisión correcta puede que ni siquiera se vea respaldada nunca por el juicio limpio de la historia. Los protagonistas del mundo de hoy han aprendido que vale más un buen relato que una acción recta con claros objetivos y planteamientos serios. Y lo aplican.
Asistimos, pues, a los pactos de gobierno como si fueran vulgares regateos en el zoco. Es lo que tiene poner en primera línea de juego personas sin demasiada cultura política, buscadores de empleo, de influencia o sueldos más amplios. Cuando proponen, confunden el interés general con el propio de cada uno, se les acaba el tiempo bajo la premisa del aquí y ahora, y encajan sus exigencias más en la debilidad del contrario, que en la propia fuerza en votos.
Es lo que tiene poner en primera línea de juego a personas sin demasiada cultura política, buscadores de empleo, de influencia o sueldos más amplios. Cuando proponen, confunden el interés general con el propio de cada uno"
En la otra parte del ring, los contrarios, presos de ansiedad, están dispuestos a ceder las joyas de la corona con tal de alcanzar la gloria de ser llamados números uno. Que necesitan -o al menos así lo creen- un puesto y un salario, una estabilidad y un grupo al que dejarían de pertenecer si no pusieran sobre la mesa unos resultados políticos considerados aceptables por sus jefes de fila.
Por medio, el resto de actores-cofrades reinventan la historia soñando con la revolución que -piensan- nadie ha hecho y todo se convierte en una gran astracanada, sin brillo ni gusto, sin interés, sin naturalidad ni elegancia. Y, mientras, las ciudades observan mudas, replegadas sobre si mismas, esperando…
Carmen Heras