Las ideologías y los colores | Alberto Astorga
Las ideologías y los colores
ALBERTO ASTORGA
Mantenía con un entrañable amigo una agradable charla sobre política, que ya es difícil. En un momento del pequeño debate salió a relucir lo aferrados que nos mostramos en ocasiones ante las decisiones, muchas veces inexplicables, de “nuestros colores” que nos obligaban a perder la verdadera ligazón con nuestra ideología y con los valores que nos acercaron al partido. Concluíamos que se hace necesario y urgente, en aras del bien común y la propia higiene intelectual, superar la militancia a ultranza y dejar atrás los colores para dar paso a las ideas.
Los colores, pensamos, es un concepto que conlleva una ceguera innata para todo aquello que es distinto y se aplica asiduamente en el terreno deportivo. Los blaugranas, los verdiblancos, la roja, la canarinha, suponen, para quien los hace suyo, una identidad, una religión.
Sin embargo en la política debe aportarse reflexión, análisis y debate entre ideas, apasionadas unas, pero también sosegadas las más, para alcanzar acuerdos y tomar decisiones. Esa es su esencia y no otra.
Me pareció una conclusión enriquecedora, sobre todo en los momentos de la política nacional y, por extensión, de la autonómica y municipal. Los apaños, las extrañas parejas, tríos, confabulaciones y acuerdos abusivos para el ciudadano, nos presentan un espectáculo poco edificante y muy alejado de los valores y de los principios que todos tenemos. Prevalece más el obstaculizar a los demás y beneficiarse uno mismo, que proponer ideas y reformas que beneficien al conjunto de la sociedad.
Se hace necesario y urgente, en aras del bien común y la propia higiene intelectual, superar la militancia a ultranza y dejar atrás los colores, para dar paso a las ideas"
Hay quienes posicionan su pensamiento político en frases verdaderamente paupérrimas ya sea en su gramática o en su contenido intelectual. Los hooligans de esos colores hacen de ellas su bandera, sin atisbo de crítica o de reflexión interior y las despliegan por sus redes sociales como signo de identidad.
El “no es no” de Pedro Sánchez, acuñado en bronce desde sus colores, es la estupidez más grande que se ha podido elevar a los altares no ya ideológicos sino también publicitarios. Pese a la idiotez elevada a solemnidad, consiguió el aplauso de militantes y simpatizantes, bases enfervorizadas y mandos al servicio de liderazgos personales, sin cuestionarse nada. «No es no», pero, ¿por qué? ¿para qué? ¿qué utilidad práctica tiene?
Definiciones de política tenemos todos una, la nuestra. Reflejo aquí la seguida por Josep Vallès, Catedrático de Ciencia política y de la administración en la Autónoma de Barcelona, que, creo, contiene todos los parámetros generalmente aceptados. Considera la política como una práctica colectiva que los miembros de una comunidad llevan a cabo con la finalidad de regular conflictos entre grupos, adoptando decisiones que obligan a todos los miembros de esa comunidad.
La política surge como necesidad de la sociedad para resolver los conflictos que genera la desigualdad. Es un acto de intermediación para garantizar la convivencia social. Su herramienta principal es el diálogo, el debate, las aportaciones de distintas ideas y la elección de la más conveniente a la colectividad.
La política surge como necesidad para resolver los conflictos que genera la desigualdad; es un actor de 'intermediación' para garantizar la convivencia"
Las comunidades toman sus decisiones cuándo se les pregunta de forma directa o, como hacen nuestras modernas democracias, de forma indirecta, por elección de representantes que se reúnen para decidir en base a esa representación otorgada.
Cuando un grupo se posiciona en un “no es no”, deja de aportar soluciones alternativas, acaba el diálogo y se entra en un autismo estéril que cuestiona la democracia y da por concluida la política. Se pierde la riqueza de la comunicación y se pierden argumentos, perspectivas y posibilidades.
Ese posicionamiento fue estéril, más aún cuando el tiempo y con el hacer político posterior, el adversario devuelve la moneda y abofetea con el mismo triste argumento. Y entre tanto, los ciudadanos, -no el partido de la ciudadanía, sino los simples mortales-, esperando atónitos a que la razón regrese.
Echábamos en falta en esta política la falta de coherencia de nuestros partidos y sus políticos, en todos sus colores. Es inaudito que se tenga una actitud distinta dependiendo de si se está en el gobierno o en la oposición, para defender, o no, una determinada propuesta. O que se diga una cosa o la contraria dependiendo de quien gobierne en Madrid, o en la comunidad autónoma.
No hay debate. Solo en soledad y lejos de los comités, ejecutivas y órganos de dirección, se hace autocrítica y se resalta la falta de coherencia de la organización. El valor y la necesidad no dan para más. Se mantienen prietas las filas y ajustadas las anteojeras, para evitar tentaciones y prestar solo atención al camino y al argumento que los colores señalan.
Es inaudito que se tenga una actitud distinta dependiendo de si se está en el gobierno o en la oposición, para defender, o no, una propuesta"
Solo así se entiende que quienes llegan a responsabilidades en los partidos y en las organizaciones sean afectos al régimen de acatamiento y obediencia que se ha instalado. A sus colores. No se delibera, no se es crítico ni son librepensadores. Son rebaño silencioso, conformistas alerta de su oportunidad mientras el tiempo y las necesidades de los demás esperan. Es el perfil de una gran parte de nuestra mediocre clase política.
He conocido personas que lloran por no ir en las listas, ir en peores posiciones que otros, o que la posición no asegura la elección; se argumenta la necesidad de estar en ellas por haber comprado un inmueble y estar hipotecado; por tener hijos en edad de crianza; para resguardarse judicialmente bajo el paraguas de la inmunidad; porque se desentendieron de sus trabajos o ya no los tienen o no recuerdan cómo desarrollarlos; porque ni a tiros quieren volver donde trabajaban o porque no saben qué hacer ni donde trabajar para ganarse un sueldo similar.
Y contradicciones aberrantes. Si hace cuatro años la nueva política proponía menor número de liberaciones, menos contrataciones de personal de confianza y moderación de salarios, para dar ejemplo de un nuevo estilo, ahora vemos acuerdos completamente distintos. La nueva política no quiere estár en la oposición, quiere gobernar. Y lo quiere hacer cobrando y liberados, con personal de apoyo y todas las prebendas inherentes. Y si ellos quieren, el resto también. Tonto el último. Se multiplican liberados y hasta los concejales responsables de cementerios van a poder gozar de una liberación total, generosamente dotada, para gestionar un área tan compleja.
La política es una actividad a la que cualquiera puede acceder. No hace falta nada. Nada de estudiar ni pasar por la universidad ni presentar experiencia laboral alguna. Nada. Simplemente estar, contar con la confianza del secretario general, presidente o hacedor influyente y esperar el momento. Una lista lo soporta todo. Es como un rebaño donde, entrando el primero, entran los siguientes.
La política es una actividad a la que cualquiera pueda acceder. No hace falta nada; nada de estudiar ni pasar por la Universidad; tampoco tener experiencia laboral alguna; nada, simplemente estar"
Las organizaciones juveniles han hecho un daño enorme a la clase política y la política les ha devuelto el daño con creces y en sus propias carnes. Entran en puestos electos de relleno para cumplir la cuota juvenil políticamente correcta que venda mejor una lista y terminan, con el paso de los años, acomodándose en la política sin ninguna otra experiencia laboral y dejando sus carreras aparcadas. Saborean las mieles del cargo, sus prebendas, generosos sueldos, libertad horaria y no tener que dar cuentas a nadie. Cambiar esa tendencia es muy difícil.
Con el paso del tiempo, se convierten en analfabetos laborales, sin experiencia, sin iniciativa, sin creatividad, fuera de mercado y sin posibilidad de entrar en él manteniendo el nivel salarial del que disfrutaban. Por eso comulgan con sus colores, los adoran, los viven, los defienden, acatan sin crítica ni reflexión aquello que se les dice, se han convertido en leales vasallos al servicio de una causa. De la causa que ya es su causa, de su comodidad, de su posición social, de sus prebendas, de sus jugosos salarios y de sus liberaciones.
Estar en política significa hacer política. Esta fragmentación de los dos grandes bloques ideológicos gestados en la Transición española, es la oportunidad de elegir aquella opción que mejor se acomode y amolde al pensar y sentir de cada uno. Ya no existen solo dos colores, como dos trincheras, dos frentes o dos bandos donde ubicarse. Aquí o allí. Con o contra.
Con el paso del tiempo, los políticos se convierten en 'analfabetos laborales'; sin experiencia, sin iniciativa, sin creatividad, fuera del mercado y si posibilidad de entrar en él con el nivel salarial al que se han acostumbrado"
Los colores se multiplican. Surgen como setas. Es la primavera política que tanto disgusta a los partidos y más a los políticos, que creían haberse instalado en un escalafón donde cada uno tiene su momento por el mero transcurrir del tiempo.
Es el momento de la política. De una política distinta, donde se sepa para que se está y cuál es el propósito para el que se está.
En el rito de ingreso en la francmasonería se introduce al aspirante en una habitación oscura, antiguamente situada bajo tierra, en la que deben enfrentarse a sí mismos, a su finitud y a su condición humana, a la luz de una vela y en única compañía de una calavera. Al político, de igual manera, debería exigírsele conocer su propósito, cuál es el legado personal que le lleva a la acción política y a querer representar a su partido y a los ciudadanos.
Al político debería exigírsele que reconozca 'su propósito', que 'legado' personal le lleva a la política y a querer representar a su partido y a los ciudadanos"
Pedir un mínimo de reflexión personal para que ponderen sus valores y si coinciden y son coherentes con los del partido, con los de las instituciones a la que aspiran y con los de la sociedad en la que viven. Si no es así, estaremos perdiendo el futuro. Porque el futuro ha de imaginarse y desearse antes de proyectar decisiones para alcanzarlo. Hay que tener una visión.
Superar la militancia a ultranza y dejar atrás los colores para dar paso a las ideas. Un deseo. ¿Se imaginan que se cumpliera? No, no respondan.
Alberto Astorga