Los sindicatos | Damián Beneyto
Los sindicatos | Damián Beneyto
Los sindicatos
DAMIÁN BENEYTO
El sindicalismo en España siempre se ha caracterizado por su politización, su sectarismo y por su incoherencia. La aparición de los sindicatos ‘de clase’ a finales del siglo XIX (UGT) y principios del XX (CNT), que deberían haber sido fundamentales para mejorar las condiciones laborales de los trabajadores, pronto se convirtieron en organizaciones revolucionarias de extrema izquierda al servicio del socialismo marxista y del anarquismo ‘bakuniano’. Ambos sindicatos fueron fundamentales, especialmente la UGT, brazo armado del PSOE, para crear en la España de la primera mitad del siglo XX un clima de inestabilidad social y de violencia que, además de arruinar el país, lo puso en el disparadero de la guerra civil.
En las últimas décadas, los casos de corrupción tanto en UGT como en CCOO han sido numerosísimos y cientos de millones de euros se han quedado entre las uñas de los capos sindicales"
Ya en 1917, tanto UGT como CNT, fueron protagonistas de la revolución que se produjo contra el estado liberal y que algunos historiadores señalan como el inicio de los acontecimientos que se producirían en 1936.
Damián Beneyto Pita es natural de Carcaixent (Valencia), pero extremeño y residente en Plasencia desde 1977. Profesor de Enseñanza Secundaria. Fue Director del Centro de Artes Escénicas y de la Música, CEMART, entre 2007 y 2011. Director también de la Escuela Superior de Arte Dramático de Extremadura entre 2007 y 2010, Diputado en la Asamblea de Extremadura por el Partido Regionalista Extremeño, PREX, entre 2011 y 2015.
Los anarcosindicalistas cenetistas optaron por el terrorismo para conseguir sus objetivos, para ellos el uso de la violencia era una forma de ‘lucha de clases’. Para la UGT, que tenía al PSOE como brazo político, lo que imperaba era el determinismo marxista, para ellos, como muy bien dice el historiador Roberto Villa, “La revolución implicaba la toma insurreccional del ‘Estado burgués’ y el establecimiento de una ‘dictadura del proletariado’”.
La deriva del sindicalismo patrio hasta el final de nuestra guerra civil fue el de convertirse en un brazo armado contra la democracia y contra la misma República. Sus pretensiones, como hemos visto, eran convertir a España en una dictadura marxista-leninista al más puro estilo de la recién creada URSS.
Por supuesto, las mejoras laborales de los trabajadores quedaban en un segundo plano, no interesaba la paz social, lo importante era crear el clima adecuado para que se produjera la añorada revolución. Cuanto más pobres y descontentos hubiera, mucho mejor, ese era el caldo de cultivo para la bolchevización. ¿No les suena esta estrategia?
En 1934 los sindicatos ‘de clase’ vuelven a las andadas y son el brazo armado de los partidos políticos que dan un golpe de estado contra la República. Esta asonada, que fracasó estrepitosamente, dejó más de 1.500 muertos y a la II República española herida de muerte. Aquí comenzó realmente la guerra civil y no precisamente por culpa de militares golpistas.
Durante estos años el sindicalismo consiguió pingües beneficios crematísticos, especialmente en lo que a inmuebles se refiere. Las llamadas eufemísticamente ‘Casas del Pueblo’, casi siempre situadas en los centros de las poblaciones, proliferaron como setas en un otoño lluvioso y cálido; como curiosidad diré que la primera abierta en España fue en 1900 en el municipio pacense de Montijo. A partir de 1976, estos inmuebles, convenientemente reformados a costa del erario público, fueron devueltos a las organizaciones sindicales.
Durante la guerra civil los sindicatos se caracterizaron por su beligerancia tanto en el frente como en la retaguardia. Tanto la UGT como la CNT ejercieron, entre otras organizaciones y partidos políticos, de matones de la población civil, acusada de facciosa así como de asesinos de miles de sacerdotes, religiosos y religiosas cometiendo un auténtico genocidio.
Las mejoras laborales de los trabajadores quedaron en segunda plano, no interesaba la paz social; lo importante era crear el clima para que se produjera la tan añorada revolución"
En 1960 se creaba un nuevo sindicato bajo los auspicios del PCE, se trataba de CCOO que rápidamente se introdujo en las grandes empresas, especialmente en la minería asturiana y leonesa y, todo hay que decirlo, fue el único que tuvo presencia durante el tardo- franquismo. Su líder Marcelino Camacho le dio a este sindicato un aire de honorabilidad a pesar de que, como buen comunista, tenía de demócrata lo que yo de astronauta.
Con la llegada de la democracia y la aprobación de la Constitución de 1978 que garantizaba el derecho a sindicarse de los trabajadores en su artículo 28, se puso nuevamente de moda el sindicalismo ‘de clase’ y también los sindicatos llamados ‘amarillos’, denominados así por los que creen ser los únicos legitimados para defender los derechos de los trabajadores. Como he dicho anteriormente, a la UGT especialmente y a la CNT, prácticamente testimonial en esos días y ahora desaparecido, se les devolvió su ‘patrimonio’ inmobiliario y a los comunistas de CCOO se le adjudicaron inmuebles que pertenecieron al sindicato vertical del régimen anterior. Además, vía Presupuestos Generales del Estado, se financiaron sus actividades ya que la afiliación de los trabajadores era y es bastante pobre y las cuotas apenas sí sirven para comprar papel higiénico y poco más.
Y es en ese momento cuando comenzó el chollo del sindicalismo patrio. A la pasta gansa que reciben del gobierno de turno por realizar una serie de actividades, que en muchas ocasiones son, como se ha demostrado, un puro fraude, hay que unir a los famosos liberados sindicales, personajes que, excepto raras y honrosas excepciones, se dedican a vivir de la sopa boba durante gran parte de su vida laboral y que son los únicos a los que cuando hay una huelga no se les descuenta parte de su nómina.
Sería injusto no reconocer que gracias a algunas acciones sindicales han mejorado las condiciones laborales de los trabajadores especialmente en los primeros años de la Transición, pero en las últimas décadas los casos de corrupción tanto en UGT como en CCOO han sido numerosísimos y cientos de millones de euros se han quedado entre las uñas de los capos sindicales, siendo ya de dominio público las famosas ‘mariscadas’ de las que disfrutaron y disfrutan a costa del dinero de los trabajadores. El último caso conocido es el de UGT Madrid, donde más de 3 millones de euros de dinero público han ‘desaparecido’ por arte de birlibirloque. Créanme que hacer un listado de las golferías de UGT y CCOO sería cargante por excesivamente prolífico.
Marcelino Camacho dio a su sindicato, CCOO, un aire de honorabilidad, a pesar de que de demócrata tenía lo que yo de astronauta"
La desafección de la mayoría de la población hacia el sindicalismo va en aumento, así lo refleja una editorial del diario ‘El Mundo’: “Cada vez más los sindicatos son percibidos como grupos sectarizados y anacrónicos al servicio de intereses de parte y de sus propias cúpulas”. Los datos de afiliación son los más bajos de los últimos 30 años y en algunos sectores como la función pública apenas si llega al 5% de los trabajadores.
El sectarismo de los sindicatos ‘de clase’ es absolutamente obsceno, se deben a su partido matriz y, exceptuando alguna que otra escaramuza, consienten a cambio de indecentes subvenciones que los gobiernos de izquierda campeen por sus respetos. Impuestos desorbitados que gravan productos de primera necesidad son disculpados por estas camarillas de ‘comedores de marisco’ mientras los ciudadanos las pasan canutas para pagar la luz, el gas, la gasolina y, como consecuencia, alimentos básicos y otros artículos de primera necesidad. Todo vale si lo hacen los compadres mientras el dinero llene las arcas de estas organizaciones ‘cuasi mafiosas’.
Eso sí, cuando gobierna la derecha la cosa cambia y ¡de qué manera! Ya lo hicieron en la extinta II República y lo hacen ahora. Las huelgas solo se hacen contra los gobiernos de derechas, al fin y al cabo, están convencidos, que son patrimonio de la izquierda y los únicos legitimados para convocarlas. Si son convocadas por los propios trabajadores hartos de tragar o por la patronal que no puede mantener las empresas, entonces, ¡oh milagro!, es que detrás está la extrema derecha furibunda. Los cientos de miles de agricultores y ganaderos que se manifestaron el otro día en Madrid eran todos unos fascistas de tomo y lomo y los camioneros que pierden dinero en cada porte gracias a impuestos brutales aplicados a los hidrocarburos son la encarnación de Mussolini.
No cabe duda que el sindicalismo patrio necesita de una restructuración en profundidad. Los ciudadanos no podemos seguir manteniendo a una pandilla de crápulas que con el dinero de todos se pegan la vida padre y que solo actúan cuando les interesa políticamente y no cuando el pueblo soberano les necesita. El sindicalismo en nuestro país es anacrónico y tienen las mismas hechuras que en los años 30 del siglo pasado.
Por cierto, y aquí termino, ¿alguien sabe lo que cobran los secretarios generales de UGT y CCOO? Es uno de los secretos mejor guardados.
Damián Beneyto