Política nueva, política vieja | Carmen Heras
Política nueva, política vieja | Carmen Heras
Política nueva, política vieja
CARMEN HERAS
Ya había reparado en ello, pero estos días, repasando documentación de mi etapa como diputada en el Congreso, he vuelto a darme cuenta. La rueda gira siempre por los mismos caminos y triturando las mismas cosas. Y lo mismo ocurre en cualquier institución o departamento de los existentes.
Entiendo, así, aunque no lo comparta, el grado de ironía y hasta ‘la puntita de cinismo’ con que los más veteranos contemplan las guerras cainitas dentro y fuera de los partidos, y comprendo perfectamente el sutil descreimiento de los cronistas que por profesión deben hacer todos los días un telediario político.
Al reflexionar sobre los discursos actuales me doy cuenta de que suenan demasiado parecidos a los de entonces, porque los argumentarios están elaborados con los mismos guisos y han de tener, a la fuerza, un sabor idéntico"
Estuve en el Congreso de los Diputados en la Legislatura 1996/2000. Fue la etapa del primer gobierno de José María Aznar, después de los catorce años de Felipe González. Todo parecía entonces recién descubierto y nuevo bajo el sol.
Releyendo argumentarios, sesiones de pleno, comisiones y noticias de prensa de aquellas fechas, me doy cuenta de lo poco que ha cambiado todo en lo fundamental.
En toda la documentación hay, sin duda, una defensa de los temas de acuerdo a una ideología, lo mismo en la derecha que en la izquierda, pero, a su vez, se cuelan los ‘latiguillos’, las frases hechas de antemano, el deseo de ridiculizar y anular al adversario, etc., entremezclados con la visualización de las realidades incompletas que existían y aún siguen existiendo. Como ahora.
Aquí, en Extremadura, se batallaba entonces por el arreglo o nueva hechura de las carreteras nacionales, por el tren y por determinadas transferencias que debían llegar, las de Educación. También por la agricultura y las cuotas correspondientes. El mensaje y el método de propagarlo eran los mismos que ahora: unos son ‘los buenos’ y otros son ‘los malos’, unos quieren al pueblo y los otros no.
Ya no estan en ejercicio la mayoría de cargos públicos que aparecen en los papeles de mis archivos. Ahora son otros los actores en el escenario e, incluso el pueblo, la gente cotidiana que va cada día a trabajar o (cuando le toca) a sellar la cartilla del paro, ya no es la misma. Los hijos de entonces han crecido y hasta es posible que hayan ocupado el lugar de sus padres en una especie de escalafón hereditario muy al estilo de las monaquías, aunque durante años los progenitores se hayan declarado republicanos.
Al reflexionar sobre los discursos actuales, me doy cuenta de que suenan demasiado parecidos a los de entonces, porque los argumentos están elaborados con los mismos guisos y han de tener, a la fuerza, un idéntico sabor. De ahí esa sensación de ‘dejà vu’ en la vida pública de hoy, que no se corresponde con algo propio del siglo XXI, bastante distinto en preocupaciones y en recursos materiales.
En la vida política no parece haberse producido ninguna innovación. Se sigue debatiendo sobre la idoneidad de las portavocías; sobre el ‘peso político’ de unos y otros dentro de la organización; si un piropo lanzado a alguien desde fuera puede dar al traste con sus posibilidades de ascender en la estructura, dada la envidia que genera en los otros; quién sucederá a quien ahora preside; quiénes serán sus adláteres, etcétera, etcétera. Ahora, lo único que ha cambiado es el envoltorio, mucho más rutilante y de colores más vivos y llamativos; mucho más difundido y al momento, a través de las redes sociales. Ahí si existen unos grandes profesionales del discurso.
Carmen Heras