Buenismo | Damián Beneyto
Buenismo
DAMIÁN BENEYTO
«A veces la gente no quiere escuchar la verdad porque no quiere que sus ilusiones se vean destruidas«
Friedrich Nietzsche
El término buenismo es relativamente joven pero se ha extendido rápidamente, especialmente cuando se refiere a la acción política. Según la RAE, hace referencia a quien, ante los conflictos, actúa rebajando su gravedad, cediendo o siendo excesivamente tolerante.
Ser buenista, osea practicar el buenismo, está de moda especialmente entre nuestros políticos. Es como una religión que ha calado en una sociedad que cada vez es más ingenua, haciendo de la bondad una estrategia que tiene como único objeto ganarse el reconocimiento de los demás.
Ser buenista es ser políticamente correcto, cumplir el dictado del sistema; lo de menos es el orden moral que fundamenta la vida de las personas"
Ser buenista es ser políticamente correcto, cumplir el dictado del sistema; lo de menos es el orden moral que fundamenta la vida de las personas. Opina el escritor Humberto Pérez-Tomé que el buenismo ‘es una de las enfermedades modernas del alma, un sustituto barato meramente humano que se desliga de un bien superior que es Dios’.
El individuo buenista necesita demostrar que está por encima del bien y del mal, está absolutamente pagado de sí mismo y no se besa porque no se alcanza. Necesita el aplauso, el homenaje y la pleitesía de sus congéneres a cualquier precio. Es absolutamente egocéntrico y se cree que es el único consciente de los sufrimientos del mundo.
Damián Beneyto Pita es natural de Carcaixent (Valencia), pero extremeño y residente en Plasencia desde 1977. Profesor de Enseñanza Secundaria. Fue Director del Centro de Artes Escénicas y de la Música, CEMART, entre 2007 y 2011. Director también de la Escuela Superior de Arte Dramático de Extremadura entre 2007 y 2010, Diputado en la Asamblea de Extremadura por el Partido Regionalista Extremeño, PREX, entre 2011 y 2015.
Dice la psicóloga Lorenlay Fraile que hay que diferenciar ‘entre personas buenas, demasiado buenas y buenistas’, siendo esta última la que más hostilidad esconde detrás de su aparente incondicionalidad. El buenista lleva siempre una especie de disfraz para que desde fuera se perciba que es una persona abnegada, generosa, de amplia sonrisa y gran amabilidad. Sin embargo, debajo del disfraz se esconde una necesidad desmesurada de agradar, de que se les quiera y se les reconozca a cualquier precio.
En España el término buenismo se extendió para referirse a las políticas blandas de la izquierda, especialmente con la aparición en la vida pública patria del sonatillo Zapatero. Su ‘alianza de civilizaciones’ no era más que una justificación sui géneris del terrorismo islámico y de la inmigración descontrolada, mientras mostraba una innegable inquina hacia la cultura occidental, es decir, hacia su propia cultura. El buenista puro y duro justifica que en una religión como la islámica, se denigre a la mujer, se asesine a los homosexuales y se justifique el terrorismo mientras, denigra al cristianismo y todo lo que ha aportado a la cultura de occidente.
En lo que a la emigración descontrolada se refiere, el buenista la apoya y la justifica aparentando una compasión y una caridad de cara a la galería, mientras que, después de realizar el paripé correspondiente, deja que sus consecuencias las resuelvan entidades sin ánimo de lucro casi siempre católicas. Naturalmente defienden que los emigrantes impongan sus costumbres en los países donde se aposentan e incluso llegan a prohibir actividades culturales y recreativas autóctonas para no ‘ofender’ a los ‘huéspedes’.
La 'alianza de civilizaciones' no era más que una justificación 'sui generis' del terrorismo islámico y de la inmigración descontrolada, mientras mostraba una innegable inquina hacia la cultura occidental"
Otro signo de buenismo es el de juzgar la historia de occidente en general y la de España en particular partiendo de los principios éticos actuales -algunos más que discutibles-, lo que no deja de ser bastante absurdo y maniqueo. Así, las agresiones que sufrimos los hispanos desde que el mundo es mundo no sólo no se condenan sino que también, dado el caso, se justifican, mientras el descubrimiento de América y su conquista, por ejemplo, se considera un acto genocida cuando, teniendo en cuenta su momento histórico, la Corona de España dio un ejemplo al mundo de benevolencia, buen gobierno y respeto étnico. Hacer creer que los musulmanes en la conquista de España allá por el 711 respetaron a judíos y cristianos es una milonga vendida por el buenismo patrio para poner en tela de juicio el legítimo derecho a la Reconquista.
En los momentos de crisis suelen aumentar el número de buenistas. Aparecen, no para contribuir a solucionar problemas, sino para hacerse notar y buscar el aplauso de los atribulados ciudadanos. Entonan una especie de mea culpa y piden ser ‘flagelados’ por disponer de medios que otros no tienen y, de paso, exponer al escarnio público a los que están en su misma situación pero que no están dispuestos al ‘flagelo’. Estos personajes saben que no van a prescindir de nada, que todo es un brindis al sol; pero ante la ingenua opinión pública quedan como paradigmas de bondad y de compasión.
El animalismo es otro santo y seña del buenismo. Se trata, por lo visto, de defender que los derechos de los animales deben ser los mismos que los del ser humano, lo que nos lleva a situaciones tan absurdas y ridículas como que haya salas de cine para animales o se denuncie que las vacas, ovejas o cabras son violadas entre otras gilipolluás.
Hoy en día, el buenismo en nuestros políticos está llegando a niveles excelsos. Cualquier político que se precie intentará llegar al corazoncito del respetable con mensajes llenos de arrumacos, cucamonas y zalamerías. Su preocupación por los menesterosos llegará a ser empalagosa, aunque más falsa que un duro sevillano. El cambio climático como bandera será también un recurso para enternecer al personal, aunque al sujeto en cuestión le importe la capa de ozono y los casquetes polares un bledo. Se defenderá a capa y espada el feminismo y la homosexualidad, no por creer en la igualdad y en el respeto a la libertad sexual, sino porque es lo que toca, aunque traten a su ‘santa’ como a un felpudo o llamen maricón a su compañero de escaño.
El periodista Bruno Ebner hace un interesante paralelismo entre buenismo y progresía, y asevera que lo más normal es ser buenista y progre a la vez. El autodenominado progresista es siempre de izquierdas al igual que la mayoría de los buenistas. Son admiradores, por ejemplo, de la Cuba castrista y defienden aquella dictadura, pero ninguno se va a vivir allí. El progre-buenista aborrece el capitalismo, pero vive en países capitalistas. El progre-buenista vive en ‘casoplones’, disfruta de ingresos muy por encima de la media y consume productos de alto standing, pero anima a los okupas a quedarse con las casas de los demás y a los antisistemas a destruir el país en donde viven.
Está por la unidad de España, pero no dice ni pio cuando su partido cede ante el secesionismo; esta contra el terrorismo, pero salvo alguna 'arcada de salón', traga cuando su partido pacta con los pro-etarras de Bildu"
La mayoría de nuestros políticos tienen algo de buenistas, pero donde el buenismo alcanza cimas nunca coronadas es en el social-comunismo patrio. El ‘postureo’ de esta pléyade de progres es sublime y a la vez patético. Buscan el reconocimiento, el aplauso, el elogio y la alabanza como el comer, pero además están convencidos que tienen una misión divina, que son imprescindibles, que son los únicos capaces de resolver los problemas de los pobres mortales. Se han divinizado.
Un ejemplo de estos mesiánicos personajes es nuestro presidente autonómico. Don Guillermo es el buenismo por antonomasia; lleva años vendiendo burras cojas a los extremeños como si fueran alazanes, sin que muchos se percaten que detrás de ese aparente discurso seráfico y bondadoso y de ese simulado interés por los más desfavorecidos sólo hay ‘postureo’.
Nuestro presidente se ha dedicado, el tiempo que ha estado gobernando, a mantener el nivel de miseria necesario para garantizarse el ser apoyado. Ha hecho de la limosna en modo de subsidio, subvención o contribución su gran arma electoral y su única aportación. Extremadura sigue siendo el furgón de cola en lo económico, en lo sanitario, en lo educativo, en la creación de empleo, en la creación de riqueza, etc., pero, a pesar de ello, gran parte del pueblo soberano le sigue dando su confianza porque para ellos, es buena persona...
Además, pasa por tolerante a pesar de su sectarismo exacerbado y, como ha demostrado, su feminismo acaba cuando alguna mujer le intenta quitar el sillón. Está por la unidad de España, pero no dice ni pio cuando su partido cede ante el secesionismo. Está contra el terrorismo etarra, pero, salvo alguna arcada de salón que otra, traga cuando su partido pacta con los pro-etarras de EHBildu. Es el arquetipo del progre-buenismo de la izquierda profunda.
El buenismo se ha convertido en la nueva religión del siglo XXI. No es lo mismo ser bueno que buenista, como no lo es ser laico o laicista. Como dice nuestro sabio refranero español, “EL INFIERNO ESTÁ LLENO DE BUENAS INTENCIONES”.
Damián Beneyto