El arte de motivar al equipo | Alberto Astorga
El arte de motivar al equipo
ALBERTO ASTORGA
En las empresas es fundamental contar con colaboradores competitivos y motivados que aporten su valor y su esfuerzo en los objetivos de la empresa. Cuando tratamos con organizaciones sociales, en las que, además, la compensación económica suele ser más reducida o inexistente, estos factores se convierten en esenciales para mantener los objetivos y no caer en el desaliento. Y esta es una labor en la que el líder debe estar especialmente atento, pues evitar que se produzcan errores es preferible a corregirlos cuando ya han sucedido. Es cuestión de liderazgo.
Un equipo motivado es mucho más productivo; cada trabajador ejerce su propio liderazgo; acude al trabajo más contento; aprovecha mejor el tiempo y los recursos de que dispone e invierte más esfuerzos en alcanzar las metas y los objetivos marcados.
Hay una realidad de la que debes ser consciente. No puedes cambiar a los demás. Pero tampoco pierdas el sueño buscando la manera de hacerlo porque nadie puede. Ninguno podemos. Pensar que es posible y que tienes un ‘halo’ especial que te permitirá hacerlo es engañarte. Podrás encandilar a alguien en algún momento determinado pero será por poco tiempo. Créeme, no puedes. Ese es un trabajo al que el líder debe prestar una constante dedicación.
No puedes cambiar a los demás, pero tampoco pierdas el sueño pensando cómo hacerlo; no puedes, nadie puede. Pensar que tú puedes conseguirlo es engañarte"
Cambiar la actitud de una persona es como intentar abrir una puerta en la que la única manilla está en el interior. Podrás insistir llamando al timbre o golpeándola con los nudillos; podrás también gritar para ver si alguien te escucha desde dentro, pero si el que está en el interior no quiere abrir, no lo hará.
Y no te pongas bruto para que lo haga, porque no sirve para nada; no te hará caso y es, además, contraproducente. El que tiene la manilla es su lado es él. El abrir la puerta, cambiar de actitud o no, le corresponde exclusivamente al él.
Nos solemos encontrar en las organizaciones con directivos y gestores que hablan a su equipo con la puerta cerrada. No hacen el mínimo esfuerzo para que esa puerta se pueda abrir; ni tan siquiera por la curiosidad de saber quién es el que está al otro lado, cómo es la persona, cómo es su colaborador, qué aspiraciones tiene y qué desea. No ‘llaman’ en ningún momento para que se les abra, porque no tienen interés alguno en ello. ¿Cómo abrir entonces ‘esa puerta’?
Seguro que si quieres, sabes; ¿cómo si no cortejaste a tu pareja? Pues, efectivamente, esto es muy parecido. No puedes obligar a nadie a que se enamore de ti. Puedes pagar por ello, sí, pero tú sabes que no será precisamente amor lo que recibas y que, además, es muy pasajero; muy breve.
Lo que se consigue apasionando no se logra con dinero. Tu no quieres mercenarios, quieres gente comprometida que sienta lo que hace, que lo haga suyo y luche por conseguir las metas de la organización.
Apasiona. Apasiona a cada uno de los miembros de tu equipo. Lo que se logra apasionando no se logra con dinero. La pasión manda"
Estoy seguro de que al leer lo que acabo de escribir, pensarás: «¿Pero, bueno! ¿Pero para qué les pago entonces?» Si piensas que ‘para eso les pagas’ estas cayendo en el juego de la ‘estricta reciprocidad’ en la que tus colaboradores te devolverán aquello ‘que deben darte’ a cambio de su salario. La dificultad será que, tanto tú como ellos, estéis de acuerdo en lo qué es ‘que deben darte’. No apeles a su profesionalidad para intentar sacar más. No podrás. Tu relación con tu equipo se ha ‘convertido en mercantil’. Estáis juntos ‘porque estáis juntos’, como una pareja donde se acabó el amor. Quizás tú estás, porque no has encontrado a otros con la necesaria experiencia; ellos quizás, porque no han encontrado todavía un empleo mejor o igual retribuido. Es duro, ¿no crees?
Llegados a este punto, no es un asunto que se pueda arreglar con dinero. No se trata de eso. No estamos hablando de recompensas; estamos hablando de conseguir que las personas aporten sus mejores habilidades y pongan todas sus capacidades para que la organización alcance sus objetivos. Si ambas partes permanecen estáticas y en equilibrio inestable, tarde o temprano se terminará rompiendo la relación.
¿Qué necesitan tus colaboradores para implicarse en el proyecto, sentirse bien, disfrutar y estar motivados? ¿Te has hecho alguna vez esa pregunta? ¿Alguna vez te has preocupado por saberlo? ¿Les has preguntado cómo les gustaría participar más y mejor en la organización? ¿Qué aspiraciones tienen dentro de la organización? ¿Qué desean?
Me sorprendería que dijeras que ‘sí’, que lo has hecho, porque en prácticamente todas las organizaciones rige aquello de que ‘lo tienen que hacer porque es su deber’. Si no lo has hecho, ¿cómo no se te había ocurrido hasta ahora?
Escuchar no es solo oír; es más. Es conocer sus intereses, sus aspiraciones, el propósito de sus vidas, sus ambiciones personales, los valores que les mueven"
Antes citaba al dinero, pero el dinero es el estímulo más fugaz que se puede utilizar para motivar. Lo hace durante poco tiempo, solamente hasta que se vuelve a pedir algo más. Nadie cambia la actitud en relación a su organización solo por dinero.
Por eso se hace necesario que preguntas y que escuches. Pero antes debes haber escuchado a tus colaboradores aquello que nunca se dice expresamente. Escuchar no es solo oír; es más. Es conocer sus intereses, sus aspiraciones, el propósito de sus vidas, sus ambiciones personales, los valores que les mueven.
Conociendo eso, pregunta y escucha; propón y requiere. Existen mecanismos que puedes aprender y entrenar y con los que siempre se obtienen resultados positivos.
Lo primero es pararse tranquilamente a reflexionar sobre aquellos colaboradores ‘más inquietos’, a los que nada les satisface, con los que te duele la cabeza. ¿Qué cosas crees que les gustaría hacer? ¿Qué ventajas crees tu que obtendrían si las hicieran? ¿Qué emociones crees que podrían tener si las obtuvieran?
En segundo término, luego, párate en las respuestas que te has dado y míralo ahora desde tu propia perspectiva cómo líder de la empresa. ¿Qué te gustaría que esa persona hiciera desde esa nueva posición? ¿Qué ventajas obtendrías tú y la empresa de ello? ¿Cómo te sentirías si ejerciera esa actividad?
Para terminar este ‘ejercicio’, siéntate con cada una de esas personas por separado y tranquilamente. Quizás, incluso, hasta fuera de la empresa. Contrasta con ella aquello que tú has pensado que quieren, lo que quieren de verdad, lo que les agrada, lo que les motiva. Pregúntales qué ventajas obtendría se decidieras hacer los cambios. Y, por último, pídeles que expresen la emoción o emociones que tendrían. Pero no termines ahí. Es también el momento de hacerle tú tus peticiones. Diles aquello que quieres que hagan desde esa nueva posición, confiésale las ventajas que obtendría la empresa y las que obtendrías tu y, finalmente, hazles saber, cómo te sentirías y que emociones tendrías si todo ello se llevara a cabo.
Ahora que lo pienso, ¿nunca has hecho esto con tu pareja? Pues ya sabes cómo tienes que hacerlo. Enamórala, enamóralo. Los dos sois personas, los dos tenéis objetivos comunes. No te digo más. La naturaleza es sabia.
Alberto Astorga